Por Patricia Arreseigor
El manto de Eleanore, de Nathaniel Hawthorne
La rica y aristócrataLady Eleanore Rochcliffe llega a la Casa Provincial de una colonia trasatlántica, en la primitiva Nueva Inglaterra; para ser acogida por el gobernador Shute. Era famosa por serposeedora de gran belleza, de un orgullo cerril e implacable y por una arrogante certidumbre de sus prerrogativas hereditarias y personales.En el recibimiento de tan notable dama surge una irrupción; la muerte. El replique de las campanas no anunciaban su llegada, sino la muerte de un mendigo.
La llegada solemne del gobernador para recibir a lady Eleanore estuvo alterada, un joven de cabello negro alborotado, irrumpe en la escena abriéndose paso entre la multitud; se postra junto al carruaje, ofreciendo así su cuerpo a modo de escabel para que lady Rochcliffe lo pisara. Ella interviene pidiendo que lo dejarán, «Cuando los hombres solo buscan que los pisoteen, sería lamentable negarles un favor tan fácil de conceder… y tan merecido».
El gobernador organiza un baile en honor a tan distinguida dama. Esa noche todos los invitados buscaron sus imágenes en los espejos de pared y se regocijaron al descubrir sus propios destellos en medio de la multitud resplandeciente.
Lady Eleanore contempla el espectáculo «con el desprecio más profundo de un ser cuyo espíritu se cree demasiado encumbrado para participar en los goces de otras almas…» Irrumpe en la escena el joven de cabellos alborotados, Jersave Helwyse, postrándose nuevamente a sus pies y ofreciéndole un cáliz sacramental con vino, invitándola a que lo bebiera y que pasará luego la copa a los invitados. «Será el símbolo de que no os habéis propuestos segregaros de la cadena de los sentimientos humanos«…
Irrumpe violentamente una epidemia: la viruela. La enfermedad continuo su marcha arrolladora… sin distinción de viviendas, ni calles… que obligó a ricos y pobres a sentirse momentáneamente hermanos…»No hay pánico mas horrendo ni más deshumanizante que aquel que le hace temer al hombre respirar el aire vital del cielo por el riesgo que esté contaminado, o el tomar la mano de su hermano o un amigo en peligro de que lo atrapen las garras de la peste«.
El autor del cuento Nathaniel Hawthorne, nació en Salem, Massachusetts, en 1804. Posiblemente como intento de borramiento de la marca del orillo, introduce una modificación en su apellido, agrega una «W». Intento de expulsar su proximidad al puritanismo y su linaje, al que pertenecía su familiar, el juez John Hathorne involucrado en los juicios a las brujas de Salem, quien nunca se arrepintió de sus acciones.
El cuento norteamericano del Siglo XIX esta marcado, por el surgimiento y posterior afianzamiento de una literatura inminentemente nacional, donde el cuento como género literario había surgido y se había consagrado. Contemporáneamente la política expansionista y anexionista de la Unión amplia el mercado consumidor; surgiendo un público ávido de lectura de autores nacionales. En este contexto sociopolítico surge la escritura de Hawthorne, marcada por un angustiado moralismo puritano. Fusionando lo extranjero con lo nativo, adaptando las concepciones tradicionales con lo específicamente norteamericano, crea su narrativa.
Utilizando las palabras de Ricardo Piglia: «Leemos restos, trozos sueltos, fragmentos, la unidad de sentido es ilusoria».
Los fragmentos leídos me llevaron a titular este texto «Cuento con irrupciones», entendiendo por irrupciones aquello que fuerza al yo a restablecer su unidad, para ello ¿no nos empleamos en eliminar, expulsar e intentar borrar lo opaco lo inaccesible que nos habita? También ¿por qué no situar una letra agregada a un apellido, como un intento de expulsión?
En el cuento las irrupciones aparecen, se suceden, representadas en los otros, en la dimensión de prójimo, en Lady Eleanore, en Yersave Helwyse. También hay una irrupción de otro orden: la pandemia.
En el seminario de La ética, Lacan leyendo a Freud en «El malestar en la cultura», nos dice: «el goce es un mal. Freud nos lleva a ello de la manos -es un mal porque entraña el mal del prójimo».»…cada vez que Freud se detiene, como horrorizado… lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que habita en ese prójimo. Pero, por lo tanto, habita también en mí mismo. ¿Y qué me es más próximo que ese prójimo?».
Leo «goce es un mal», como una referencia a lo ajeno del prójimo que resulta amenazante. Aquello acerca de lo cual podemos interrogarnos ya que también nos habita como extranjero, aquello que es inasimilable, que en un pasado fue nombrado como lo demoníaco; lo demoníaco que mora en cada uno.
Los otros se nos aparecen como semejantes y en tanto tales, asimilables, y los otros tan insoportablemente otros, tan terriblemente próximos que necesitamos alejarlos, separarlos, distinguirlos. Ambas vertientes transitan juntas.
Anabel Salafia en su libro «El fracaso de la negación», nos aclara «…la división original de la realidad, que estudiamos a través del complejo del semejante, articulando con él la operación de la negación, nos muestra el artificio topológico que supone la formación de un primer exterior». «Este es un exterior de proyección invertida de un interior que no existe como tal sino a partir de la Ausstossung, de la expulsión; ésta da lugar a la función diferenciadora de das Ding, como Unlust, como displacer…». Un poco más adelante en su texto Salafia dice: «das Ding es algo en relación con una función del juicio, y esa relación es crear las condiciones del juicio. Es decir, una Cosa de la que se predica algo es ya algo que se corresponde con la función de juzgar».
Con los otros, los semejantes nos enlazamos, tejemos las palabras dichas, tendemos lazos a las dichas por otros, y en ello va nuestro cuerpo. Una situación contingente puede hacer que por unos breves momentos participemos de la ilusión como nombra Hawthorne de hermandad; sólo bajo su vertiente amorosa.
Bibliografía:
– El cuento. El cuento norteamericano del Siglo XIX, Centro Editor de América Latina.
– El manto de Eleanore. Nathaniel Hawthorne, Centro Editor de América Latina.
– Seminario «La ética», La paradoja del goce». Cap.XIV: El amor al prójimo. J. Lacan. Editorial Paidós.
– El fracaso de la negación. Introducción y Capítulo II. Anabel Salafia. Editorial Fundación Ross
– «El último lector», Ricardo Piglia. Editorial Anagrama
– Imagen: MUJER ANTE EL ESPEJO de Paul Delvaux. 1936.
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