Voy a tomar algunas cuestiones que ya desarrollé en la Revista LaPsus Calami 4 para pensar la bella película de Nurith Aviv Traducir.
No solo nos referimos a la traducción de una lengua a otra, a cómo pasa una palabra de una lengua a otra enriqueciéndola con su aporte, a comprender, interpretar, traducir el decir, la enunciación de un autor, sino a cómo aprende una lengua un sujeto, como aprende lalengua un niño, como un autor y un traductor traducen a un escrito sus ideas, su decir. Escribir en palabras, tener un estilo, no es ajeno a lalangue, lalengua en el autor tanto como en el traductor.
Freud escribía en un alemán clásico, pero Lacan, para desarmar la lectura postfreudiana, hizo un trabajo con la lengua francesa de su época. ¿No nos presentó un francés libre de las bellas letras francesas para que podamos detenernos en lo que nos quería decir? No hay lectura veloz de Lacan. Para despertar del sueño postfreudiano golpeó con su estilo. Y sí que fue el golpe del significante para los psicoanalistas.
Freud y Lacan vuelven a darle a la palabra un lugar destacado que solo tenía para algunos poetas, escritores y… traductores. Podemos hablar, entonces, de traducción de lo inconsciente con la interpretación, así como hablamos de traducción de lenguas.
Una buena traducción va a oscilar entre el inconsciente del traductor y el decir, lalangue, lalengua en el autor. Es el inconsciente del traductor y su amor por el autor los que pueden traicionar y enriquecer un texto. El autor escribe en esa lalengua hecha también con la de sus ancestros o rompiendo la misma.
El traductor entra en diálogo con el autor, con una fidelidad al sentido original, a las referencias y las fuentes del autor, así como el analista al escuchar borra su condición de sujeto para alojar el decir de su analizante.
¿Podría una traducción mejorar el original?
“Traducir es ya interpretar”1. Vale decir que traducción e interpretación tienen un lazo profundo, no hay una sin la otra. Si hablamos de literatura, no hay posibilidad de traducir sin interpretar. El lenguaje es equívoco.
Walter Benjamin dice de la traducción: “Rescatar en la propia lengua el puro lenguaje exiliado en la lengua extranjera, liberar transponiéndolo, el puro lenguaje cautivo en la otra, esa es la tarea del traductor”.2 Entra en un diálogo con el autor. Si traduce a su lengua, lee en la otra lengua y escribe en la propia.
Lacan pone el acento en palabras cuya “traducción, transliteración” nos entrega junto con su estilo, –que llamé “golpe de significante”–, por ejemplo, el término unbewusst, que traduce a la lengua francesa por l´une-bévue, la una-equivocación.
¿No es una maravillosa manera de no holofrasear, de no convertirlo en palabra vacía usando lo que llamaremos su propia lalangue, lalengua?
Dice así: “L’une-bévue es una traducción tan buena del Unbewusst como cualquier otra, como el inconsciente en particular, que, en francés, y en alemán también, equivoca con la inconsciencia. El inconsciente no tiene nada que ver con la inconsciencia, ¿por qué, en consecuencia, no traducirlo muy tranquilamente por l’une-bévue? ¿Esa traducción no honra la enunciación de Freud sobre el inconsciente? Un sueño constituye una equivocación (bévue), tal como un acto fallido o un chiste, excepto que uno se reconoce en el chiste porque él se sostiene en lo que llamé lalengua. El interés del chiste para el inconsciente está ligado a la adquisición de la lengua”.3
¿Qué devela este invento de Lacan? El valor de lalangue, la lengua aprendida de cada uno a partir del decir del Otro primordial. Cada uno traduce (cuando no le es imposible) a partir del lenguaje y adquiere su propia significancia, construye su apropiación de lalangue, lalengua.
No solo traducimos de otras lenguas, también a partir de la propia. ¡Cuánto transmite Lacan solo con esta palabrita!
Tenemos lalangue, como capital significante de un sujeto.
Henri Meschonnic plantea justamente cómo el lenguaje es el que transforma el pensamiento. Dice: “Sin darse cuenta, cuando se cree traducir un texto, es la propia representación del lenguaje lo que se muestra y se interpone entre el texto a traducir y la intención del traductor”.
En su maravilloso libro Después de Babel, Steiner despliega no solo la multiplicidad de lenguas sino la mismísima división de los sexos a partir del lenguaje. ¿No es eso coherente con nuestra idea de que somos cuerpos hablantes? La diferencia sexual, la falta de proporción sexual, se juega en las dimensiones del decir.
Sin embargo, interpretamos, traducimos, entendemos y desentendemos en el lazo con otros. Steiner dice que “cada lengua ofrece su propia lectura de la vida”4.
Traduttore, traditore, ¡pero no! ¡Cuántas extraordinarias obras en otras lenguas desconoceríamos si no fuese por el acto de traducir! Si no hay quien traduzca, se pierde una lengua, la escritura de un autor, el decir de un sujeto y el deseo que lo anima.
Cito de nuevo a Steiner, que dice: “Moverse entre las lenguas, traducir, aun cuando no sea posible pasear sin restricciones por la totalidad, equivale a sentir la propensión casi desconcertante del espíritu humano hacia la libertad. Si nos encontrásemos alojados dentro de una sola «epidermis lingüística», o dentro de un puñado de lenguas, el carácter inevitable de nuestra sujeción orgánica a la muerte acaso nos parecería algo mucho más sofocante”.5
La tarea del traductor es la lectura amorosa del decir, de la enunciación del autor y no solo de sus dichos, de sus palabras. Es eso lo que hace de una traducción un texto a transmitir. Traducir es traducir con lalangue, lalengua en el autor, también para el traductor.
Concluyo destacando de nuevo que: la traducción, queridos lectores, es una conquista del lazo de palabra entre los hombres.

Notas
1 André La Coque y Paul Ricoeur: Pensar la Biblia, Editorial Herder, Barcelona, 2001.
2 Walter Benjamin: “La tâche du traducteur”, en Mythe et violence, Payot, Paris, 2011.
3 Jacques Lacan: El Seminario, Libro XXIV: L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, clase del 16 de noviembre de 1976, inédito.
4 George Steiner: Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, pág. 15.
5 Ibíd., pág. 482.