El polémico Gunther Grass hace el 28 de octubre de 1964 un reportaje a la filósofa Hannah Arendt para la televisión alemana. En ese tiempo como bien sabemos, y desde 1941, ella residía en los EEUU.
En la entrevista Grass le pregunta qué queda de la relación a la Europa de 1933, donde la rajadura que inaugura la hegemonía del nazismo, cuando Hitler llega al poder. Una etapa temprana de su vida donde su relación con Heidegger la había marcado profunda y complicadamente en un lazo amoroso que persistió toda la vida tanto en lo personal como en su obra al punto de no poder llegar a cuestionar el costado oscuro de Heidegger en relación a la política. Grass tiene la impresión -y en parte es cierto- que nunca perdió Arendt la relación con esta época. Le pregunta directamente: ¿es una época que le hace falta? ¿la añora?
La respuesta de Arendt es contundente: “no, no la extraño, lo que me queda, lo único que me queda de ella es la lengua, eso queda. Y eso es de mucha importancia para mí porque rechazo perder mi lengua materna. Tengo una distancia con el francés, que hablo bien, y en inglés escribo diariamente, pero aunque uso esa lengua tengo una distancia con ella. Hay diferencias sensibles entre otra lengua y la materna, bien lo sabemos”, dice Arendt. “En alemán conozco una gran cantidad de poemas de memoria. Los poemas, la poesía están siempre presentes en el fondo de la memoria. Eso se me torna imposible. Lo que haría en alemán jamás lo haría en inglés, en inglés es a fuerza de audacia con distancia, en alemán lo esencial lo conservo intacto”.
Grass continua, y pregunta: ¿aún pensando en los momentos más amargos? Ella responde: “Siempre. No es la lengua alemana la que se volvió loca, es de otro orden la locura. Nada reemplaza a la lengua materna, hay algunos que se la olvidan, es verdad, pero yo no puedo, hablo con un fuerte acento y no utilizo las expresiones idiomáticas en inglés”. Las personas que se olvidan, dice Arendt, en muchos casos son producto de un rechazo, de haber vivido un fuerte trauma, “el shock para mí no fue 1933, fue la existencia de Auschwitz”.
Recordamos aquí a Adorno: “No hay más poesía después de Auschwitz”, y a Paul Celan cuya obra esta atravesada por el pasaje de la Muttersprache a la Mördesprache, de la lengua materna a la lengua de los asesinos, Viktor Klemperer lo pone en palabras en “La lengua del Tercer Reich”. Nosotros lo experimentamos duramente con la censura que hizo la dictadura en las producciones de esa época: canciones, libros, expresiones que fueron destruidas, quemadas como en el caso de Centro Editor de América Latina.
Traducción es travesía, es pasaje, pasar de un margen a otro, todo el lenguaje es travesía y en psicoanálisis se podría traducir, también transcribir y transliterar; es siempre el camino, como dice Anabel Salafia: “hay cierto Aqueronte para atravesar”.
Lacan en la Conferencia de Bruselas del año 60 precisa la cuestión que lo propio del inconsciente freudiano es ser traducible aun donde no puede ser traducido, punto radical del síntoma y en todo caso el histérico puede prestarse a la función de lo que se traduce aun cuando su naturaleza sea lo indescifrado. De lo traducible a la cifra, y lo cifrado es el goce. No hay sujeto del inconsciente por afuera del goce que puja en el análisis por el desciframiento.
Si el trabajo es con el significante, hay un más allá que no agota esa lógica y que toca la dimensión de la letra que posibilita otra escritura. Es decididamente el pasaje de una lengua a la otra transliterando aún las formaciones del inconsciente que el sueño escribe. Escribe después de leer lo que en la vigilia no pudo ser ligado, lo que no pudo ser leído.
La insuficiencia de la traducción no solo es crucial en lo que hace al psicoanálisis. En la literatura Luigi Pirandello es harto elocuente diciendo en su ensayo “Ilustradores, Actores y Traductores”: “Si traducimos la palabra “liebe” por la italiana “amore” traducimos el concepto de la palabra nada más; pero ¿y el sonido? Aquel sonido particular con aquella especie de eco que suscita el espíritu y sobre el cual el poeta hace hincapié en aquél pasaje? Y la gracia que deriva de la especial coloración de las palabras, de las construcciones, de los modos de un idioma determinado?”
Compara Pirandello el texto con un árbol: cuanto más nos esforcemos por considerarlo en su primer esplendor, más nos parecerá miserable y débil. Pirandello escribió este ensayo en 1908, no había leído con seguridad a Freud ni a Lacan, pero ya anticipaba ese precoz concepto freudiano de herencia arcaica tal como Freud la define, a mi entender antecedente de lalangue. Herencia simbólica del lenguaje más allá de la palabra, en el sonido, en la cadencia, en la coloración del afecto, en el eco, en el resonar. La pulsión que se habla, lo vera mente intraducible que se escucha en los intersticios de lo que se dice, parafraseo a Norberto Ferreyra.
Para finalizar y retomando nuestro comienzo, eso que Hannah Arendt añora, que no quiere perder, esa lengua alemana plena de sonidos en la que somos introducidos en forma traumática por estructura y que también traumáticamente le quitaron, allí es donde lalangue y la lengua operan como marca insustituible y es en el análisis, en el encuentro con la homofonía de lo que se produce, se escucha eso expresable pero no recuperable como primera marca de ese eco singular que atraviesa el decir.