Por Alicia Hartmann

Hay en el corazón del género epistolar un equívoco fundamental que los escritores han explotado a menudo. Una carta favorece la comunicación y la proximidad, nos dice Vincent Kaufmann en L’equivoque epistolaire, pero también preserva una distancia, un alejamiento, entre quien escribe y quien recibe.

Grandes escritores han hecho obra de su correspondencia: Flaubert, Kafka, Artaud, Mallarmé, Guershom Scholem y tantos otros abren el camino de este nuevo género que es parte de la literatura moderna.

El psicoanálisis, en especial Sigmund Freud, da cuenta de su descubrimiento del inconsciente también en su correspondencia, incluso antes de publicar sus primeros trabajos. ¿Qué valor tuvo para los analistas este intercambio epistolar, el de Freud con Fliess, el de Freud con sus discípulos y analizantes, que en nuestro tiempo se reduce a la brevedad y al equívoco de los mensajes por vía digital?

El título de Kaufmann, libro publicado en 1990, anticipa sin saberlo el peso que tiene la contingencia de la escritura en una carta, contingencia que afecta a cómo se lee y se escucha la palabra escrita, que si bien sabemos la hablada (parole) está siempre sujeta al equívoco, al malentendido, la escrita (mot) también bordea esa imposibilidad de la comunicación entre los seres hablantes.

Erik Porge se hace una pregunta muy interesante en Transmitir la clínica psicoanalítica. Freud ha sido un escritor, pero no un escritor de casos, tuvo una relación muy íntima con la literatura en general, la que sostuvo fuertemente toda su producción. Freud ha sido un apasionado de la escritura al estilo Kafka, la cantidad de cartas que ha escrito revela esa pasión. La pregunta que se hace Porge es: si el analista fuera un escritor de casos (y agregamos también de conceptos teóricos), y el escritor de alguna manera con su ficción podría abrazar el género de la novela psicológica (que a veces lleva también en su seno el ensayo), ¿podríamos hacer alguna homologación entre ambos diciendo por ejemplo que el escritor está en la posición de un analista que no sabe que lo es?

El relato freudiano, aunque Freud sea un novelista nato y nadie lo pone en duda, “eximio” como dice Marthe Robert, no es el mismo que el de un escritor. En 1897 Freud aborda la cuestión de la escritura, que pudo ser el germen de la idea lacaniana que la verdad tiene estructura de ficción, allí aclara que el mecanismo de la creación poética tiene la misma forma de escritura que las fantasías histéricas. Esto nos permitiría pensar la creación poética en relación a las formaciones del inconsciente que no hay duda que son fantasmáticas, aun cuando bien sabemos que por un relato literario no se puede dar cuenta del fantasma de quien escribe. La interpretación psicoanalítica de la posición subjetiva de un escritor y su producción podría caer a mi entender en un psicoanálisis aplicado o simplemente salvaje. Si bien se ha escrito mucho sobre grandes autores bien sabemos que lo fantasmático sólo se pone en acto en la transferencia analítica en el seno de un análisis.

Milan Kundera, en Los testamentos traicionados, diferencia entre la novela, las memorias, la biografía y la autobiografía. El valor de una novela es la revelación de las posibilidades ocultas hasta entonces de la existencia como tal: la novela descubre lo que está oculto en cada uno de nosotros. Cualquier novelista echa mano, quiéralo o no, cuestiones de su vida, nacidas de su propia observación. Es importante en este género que los personajes estén lo suficientemente lejanos de la vida del autor para que el lector pueda sumergirse en el texto y no buscar las claves de la vida del autor que desvirtuarían la ficcón que se pretende alcanzar.

A partir de trabajar desde distintas perspectivas el género epistolar me surgió el interés de preguntarme qué estatuto tiene este género tan nutrido y profuso en el marco del psicoanálisis. Me centraré especialmente en lo referente a la relación con Fliess, haciendo un pasaje muy breve por una correspondencia con Sándor Ferenczi.

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