El concepto de autoridad y la función de la autorización en psicoanálisis comparten la raíz etimológica auto, del griego antiguo, que en esa lengua tiene el significado de uno mismo, propio, ‘por sí mismo’, ‘de uno mismo’. Una suerte de imperativo semántico tiende a velar que hay del uno en el otro de estos términos o viceversa.
Considerar cómo funcionan la autoridad, el autoritarismo y la autorización desde el discurso del psicoanálisis, arroja diversos resultados. El concepto de autoridad se sustenta en el discurso del derecho, cuya referencia es la lógica clásica que sostiene y explicita los principios aristotélicos del pensamiento: A es igual a A, algo no puede ser falso y verdadero al mismo tiempo y una cosa no es dos cosas a la vez. El psicoanálisis descubre que un significante no se significa a sí mismo, que el lenguaje por tener que dar cuenta del cuerpo impone otra lógica a la palabra y que los síntomas, lapsus y sueños se anudan subvirtiendo todos y cada uno de los principios aristotélicos. Sin embargo, las formaciones del inconsciente no son ajenas al impacto de la lógica clásica, que se produce cada vez que algo excede sus posibilidades de significación. La pregunta es entonces ¿de qué modo habría autoridad en la autorización? Y, ¿dónde ubicar un autoritarismo?
En el uso intuitivo de la noción de autoridad confluyen, el que sabe con el que la ostenta, ‘por sí mismo’, el poder para hacerlo. Si este ‘por sí mismo’, es pronunciado por el yo, obtenemos su servidumbre. ¿Será entonces el gran Otro, en tanto campo de la palabra y lugar de la verdad, el que manda? Pero su existencia depende de que haya alguien que hable, no sería ‘por sí mismo’.
Hay un ‘por sí mismo’ que el análisis supone. Lo propio no está de entrada, surge como resultado de un trabajo, bajo la forma del súbito reconocimiento de haber estado allí, sin saberlo. Pero para ubicar qué es lo que manda en eso que es desconocido, hay que decirlo. Lo que llamamos sujeto en psicoanálisis no existe antes de ese trabajo.
Tal parece ser la orientación que Lacan toma, cuando en la clase del 1/2/67, (La lógica del fantasma), pregunta: ”¿Qué es una enseñanza que supone, ella también, la existencia de lo que seguramente, no existe? Pues no hay todavía, según toda la apariencia, ningún analista que soporta en sí mismo esta posición del sujeto. Y esto conduce a plantear la cuestión: ¿qué es lo que me autoriza a tomar la palabra como dirigiéndome a estos sujetos todavía no existentes?”
Y, un poco más adelante, agrega: «Seguramente, sea lo que sea lo que me autorice, está claro que no estoy solo». Recordemos que 1967 es el año en que Lacan dará a conocer la Proposición del 9 de octubre. Este escrito trata precisamente del contexto del que se desprende la autorización del analista.
La observación de Lacan surge durante el desarrollo de su seminario en el momento en que presenta lo que llama el objeto freudiano. Se trata de la repetición. Es porque Freud señala en la obligación de repetir, Wiederholungszwang, la compulsión a una satisfacción a cualquier costo, que Lacan descubre en la repetición un trabajo necesario para que un sujeto sea producido. ¿Será esta compulsión la autoridad?
Hay un momento en la enseñanza de Lacan que pone en evidencia que la autoridad no surge de su declamación sino de un complejo entramado de fuerzas. Es el momento en el que presenta el discurso del amo. (Seminario El reverso del psicoanálisis) ¿Qué sucede si leemos la dialéctica del amo y el esclavo descripta por Hegel en la Fenomenología del espíritu, en la clave de lo que es amo para el inconsciente?
El amo –dice Hegel– solo se refiere al esclavo, indirectamente. Porque a través del esclavo se refiere a la cosa. Interpone al esclavo entre lo que su codicia reclama y él mismo. De esta forma le pasa su autodeterminación al esclavo, quien la trabaja.
El esclavo solo alcanza una determinación en la acción, es decir, por su trabajo, no como conciencia sino como pura negatividad. El trabajo es ansia contenida, desaparición y forma. Y es por el temor, no ante esta o aquella situación, o en este o aquel momento, sino porque ha experimentado el terror a la muerte por el amo absoluto. Esta función de ser un «medio para», es lo que sostiene al esclavo en su lugar. Constituye su cadena. Es con esto que el amo detenta el poder sobre su ser.
Lo que la expresividad de Hegel permite relevar si la trasponemos a nivel del inconsciente es la escena del fantasma y su cadena. No la autoridad del S1, sino su autoritarismo. S1 ejerce su poder de amo absoluto como representante de lo que no puede significar, el cuerpo, la pulsión. Impone el autoritarismo de la compulsión, la repetición codicia goce.
El análisis propone, por suponer un sujeto esclavizado, que el saber que sostiene la cadena pase a ser dicho. Que el significante amo dé a conocer sus contradicciones, exclusiones, lo que niega. Desanudar el mandato para encontrar qué es lo que, al decir, eso quiere. (Seminario De un Otro al otro) Aprende de la histérica. El discurso de la histérica revela la relación del discurso del amo con el goce.
Al interrogar al significante amo, el sujeto histérico no es esclavo. ¿Cómo soporta el vacío de autoridad que denuncia? Suponiendo en algún lugar un padre, pero como encontrarlo implica encontrar que es ella la que quiere algo, lo sostiene idealizado. Sin embargo, introduce al padre.
El padre entra a la escena edípica sustituido al deseo de la madre. El propio padre se constituye por apreciación simbólica. Encarna la posibilidad de la sustitución, la entrada en el lenguaje, la posibilidad de que un significante represente un sujeto para otro significante. El padre autoriza la metáfora y en eso reside su autoridad.
El derecho del padre, no el discurso del derecho, sino lo que le otorga su lugar, se produce cuando transmite que él mismo está sujeto a la palabra. No el auto del griego antiguo, sino él mismo, barrado por la castración.
Sólo por el análisis la pregunta: ¿Qué es lo que constituye la esencia del padre?, encuentra esta constatación: El padre no es nunca más que referencial. (Seminario De un discurso que no sería de la apariencia). La autoridad del padre, más que en la lógica clásica, se sostiene en las matemáticas, se cuenta uno, que como sabemos cuenta el cero.
En el análisis hay un tiempo en que la suposición de saber al analista participa de la figura del padre idealizado. Es allí donde entra en juego el deseo del analista. «Es necesario retomar al sujeto supuesto saber del lado del analista», indica Lacan en la Proposición del 9 de octubre.
¿En qué se autoriza el analista? En una experiencia vivida por lo que en su análisis ha transferido. Él mismo en tanto sujeto aun no existente, le ha supuesto al analista ser uno con lo propio. Pero el deseo del analista en cada acto deja a esto propio cada vez más solo. Es ahí donde surge otra dimensión de lo propio. La autorización del analista proviene de ese él mismo que cae del corte. Su referencia es ese otro que adviene con cada acto.
Reencontramos la afirmación de Lacan: “El analista se autoriza de él mismo y con algunos otros”, en la clase arriba mencionada: «Sea lo que sea lo que me autorice» dice, y ahí se trata de él mismo, y continúa: «está claro que no estoy sólo», nombrando aquellos algunos otros, que cuentan no por hacer comunidad, sino por dar cuenta cada vez de su sujeción a su él mismo, el de cada uno.