Una comunidad emancipada es en realidad una comunidad de narradores y traductores.
Jacques Rancière (2010)

Nuestros tiempos excepcionales demandan, entre incertidumbres y desconciertos, una autoridad de la palabra que, en lugar de imponerse, renueve sentidos, habilite otras voces, sea capaz de fundar nuevos modos de relación.
Los tiempos excepcionales, en el campo educativo y psicoeducativo, nos convocan a una subjetividad en diálogo que desplace sentidos, miradas, otros gestos y formas de habitar. Espacios y tiempos que “hagan lugar”. Decisión de ampliar la visión de lo que vemos y experimentamos, como adultxs/docentes/profesionales que trabajamos en educación, así como de recrear las palabras para nombrar el tiempo intersubjetivo del acompañamiento y el cuidado. Hacer del trabajo con la palabra, en vínculos educativos o psicoeducativos, un trabajo político que reconfigura territorios, paisajes, cartografías que no son obra de una supuesta naturaleza sino de nuestros gestos cotidianos.
Pensar la autoridad hoy no puede dejar de situarse en una excepcionalidad que saca “fuera de sí” posicionamientos profesionales y prácticas habituales. La pregunta por otro lugar de autoridad se vuelve acuciante en una contemporaneidad que nos ubica a la vez, ante la urgencia del pensamiento y la transformación de sus prácticas. Tres recorridos posibles para desandar certezas y recomponer posiciones:
Volver a tejer las tramas visibles o invisibles que nos sostienen y sostienen nuestro trabajo: una autoridad en acto.
Revisitar la construcción de vínculos que educan y acompañan desde la mirada psi en educación: perspectivas sobre lo singular y lo común reunidos. Una autoridad que se mira a sí misma.
Reconfigurar las prácticas que inventamos hoy en nuevos contextos, en ausencia de espacios y tiempos presenciales. El “hacer institución” como un ejercicio de autoridad habilitante.
Las preguntas que abre el enseñar, orientar e intervenir en la virtualidad son contundentes, sólo hace falta formularlas. ¿Quién es ese otro? y ¿quién soy yo como docente, como psicólogx, directivx o cuál es mi práctica en relación al otro? ¿cómo lo conozco en términos de las condiciones en las que piensa, estudia, trabaja, y en ese momento, me conozco como profesional trabajando “con”, ante lo inédito? ¿Cuál es mi autoridad, entonces, legitimada, reconocida?
El encuentro presencial en las aulas y escuelas, en sus espacios físicos, entre los cuerpos, en tiempos y espacios concretos, habituales, tal vez permite omitirlas. El malestar por una supuesta pérdida de autoridad, ha sido en las últimas décadas, motivo de inquietud pero no siempre de pregunta por las condiciones de una práctica que requiere transformarse al calor de la historia. No nos preguntamos porque allí estamos, es -supuestamente- evidente quién es esx otrx y quién soy. Pero en ausencia física de escuela se nos impone volver sobre nosotrxs mismxs para explicarnos lo que quiere decir ejercer la autoridad, ante la tecnología obligada, a partir de la cual orientar a otros, hacer que sus derechos sean respetados, que su “presencia” o “ausencia” no pase inadvertida, que su palabra sea escuchada.
Conmover los sentidos del concepto de autoridad, entonces, se vuelve indispensable. Desplazar las definiciones habituales: las que señalan que se trata de ejercer dominio y obtener obediencia, desde una superioridad de saber o poder que jerarquiza a quien lo detenta. Autoridad se asimila con demasiada frecuencia a dominio y a trabajo “sobre” otros. Abrir nuevos sentidos, los que trae el pensamiento filosófico, reconfigura una autoridad no ya de un sujeto con poder sino de un lugar que se asume por responsabilidad ante la transmisión entre generaciones. Un acto que afirma, subjetivante, incalculable; ofrecimiento de una palabra y una escucha que autoriza, propia de los oficios educativos y psicoeducativos. Tarea de enlazar subjetividades en relación asimétrica y relanzarlas en un movimiento emancipatorio.
Alexandre Kojéve da a ver en su obra, La noción de autoridad (2006), que ésta es relación social y que supone, en lugar de simple obediencia, reconocimiento y renuncia. Un giro que hace de la autoridad un lugar que se asume porque una institución que viene de lejos la sostiene y la proyecta a un futuro no individual. Autoridad hecha de reconocimiento porque ofrece un proyecto en el cual inscribirse subjetivamente y en proceso de emancipación.
La invitación a pensar la emancipación hoy, desde la psicología, el psicoanálisis, la pedagogía, se hace trabajo político, en tiempos de visibilidades múltiples y obsesiones por verlo todo, un pensamiento filosófico contemporáneo poderoso invita a nuestras miradas a demorarse, no ya en lo no visibilizado sino en lo que hace ver o no ver, en las líneas trazadas que (com)parten-dividen-producen-separan-reúnen el mundo y a nosotros en él.
En este sentido, la filosofía de la emancipación del “maestro ignorante”, texto de Jacques Rancière (2003), nos muestra que enseñar “al lado de” sus estudiantes, en torno a una “cosa en común” (un libro, un video, una obra de arte) lejos de restar autoridad, la funda, la sostiene y la crea como relación. La autoridad se hace así objeto de alteraciones, re-visiones y configuraciones sensibles en escenas habituales, hoy conmovidas. Este maestro particular afirma que su oficio no es el de la explicación atontadora sin fin, sino el de hacer lugar a una ignorancia compartida que emancipa al alumno emancipándose. Así como el espectador mira la escena teatral y compone su propia obra poniendo en diálogo un pensamiento sensible con los materiales que el dramaturgo y los actores le ofrecen. Palabra y pensamiento que circulan.
Es, finalmente, Hannah Arendt (2003), quien trae las resonancias del “auctor, augere”, la raíz romana del concepto, para pensar una autoridad que funda procesos en otros y se hace cargo de que eso que nace frágil, crezca, aumente, se despliegue sin apropiación por parte de quien es su causa. Arendt enfatiza que el sentido de esa autoridad es el cuidado de un mundo común, en común con otros, trabajo político en torno a la vida humana que es “vida narrada”, tramas de relatos que se dicen a sí y a otros lo que la vida es o puede ser, lo que el mundo significa o puede significar, lo que sabemos desde nuestros ancestros y lo que aún está por saberse. La autoridad sería, en este sentido, el ejercicio de la narración misma, lo que nos liga, nos reúne y nos separa de otros por medio de textos y relatos.
La urgencia de hacer hoy la experiencia de narrarnos entre generaciones es poderosa, acuciante. Darle sentido a este entramado complejo de relaciones, de palabras, de miradas y de gestos, que se van dando en espacios-tiempos virtuales, pero aun así, humanos, reclamando que la vida, hoy, vuelva a ser contada.
Referencias bibliográficas: Arendt, H. ¿Qué es la autoridad? Ocho ejercicios sobre la reflexión política (pág.101), Barcelona, Ed. Península, 2003. Kojève, A. La noción de autoridad, Bs. As., Ed. Nueva Visión, 2006. Rancière, J: El espectador emancipado, Bs. As., Ed. Manantial, 2010; y El maestro ignorante. Cinco lecciones de emancipación intelectual, Barcelona, Ed. Laertes, 2003.

María Beatriz Grecco es Doctora en Filosofía y Ciencias Sociales por la Universidad de Paris VIII y la UBA. Licenciada en Psicología por la UBA. Profesora adjunta a cargo de Teorías psicológicas de la subjetividad en la Carrera de Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Autora de numerosas publicaciones, entre otras: La autoridad (pedagógica) en cuestión, Homo Sapiens (2015) y El espacio político, Prometeo (2012).