Alexandre Kojéve da a ver en su obra, La noción de autoridad (2006), que esta es relación social y que supone, en lugar de simple obediencia, reconocimiento y renuncia. Un giro que hace de la autoridad un lugar que se asume porque una institución que viene de lejos la sostiene y la proyecta a un futuro no individual. Autoridad hecha de reconocimiento porque ofrece un proyecto en el cual inscribirse subjetivamente y en proceso de emancipación.

Autoridad-autorización-reconocimiento
La lectura que Alexander Kojéve hace de la dialéctica del amo y el esclavo que desarrolla Hegel, nos acerca los términos con los que podemos trabajar para, captar, por repetir el recorrido, la operación que J. Lacan transmite en su enseñanza cuando articula y formaliza el cuadrípodo de los 4 discursos, en su Seminario XVII. 
Lacan autoriza esas letras como artefacto de lectura que, al situar el Discurso del Amo como el Inconciente, nos permite dar algunos pasos y disponernos a decir algo más, de dónde estamos.

¿Obediencia-reconocimiento-renuncia? ¿De qué jerarquía se trata?
En 1965, tiempo en el que Jaques Lacan dictaba su seminario número XII, Problemas Cruciales para el Psicoanálisis, afirma: «Si être psychanalyste est une position responsable, la plus responsable de toutes puisqu’il est celui à qui est confiée l’opération d’une conversion éthique radicale, celle qui introduit le sujet à l’ordre du désir… » 
Traducimos:
Si ser psicoanalista es una posición responsable, la más responsable de todas, ya que es él a quien se confía la operación de una conversión ética radical, (es decir) a quien introduce el sujeto en el orden del deseo.
Algunas traducciones plantean que la afirmación de Lacan es que introduce “al sujeto en el orden del deseo”.  
Relevamos este equívoco de traducción ya que nos brinda la oportunidad de extraer consecuencias en la práctica del análisis. (Sigo en este desarrollo lo señalado por Norberto Ferreyra en su Seminario en la EFA. 2009).

¿Por qué cobra importancia el tema de la autorización, en nuestra práctica?
¿De qué se autoriza nuestro quehacer? no podría surgir de otra fuente que de aquella que nos orienta si tomamos en cuenta la subversión que produce el descubrimiento freudiano, precisamente en el orden del ser parlante, por descubrir su articulación al sexo y a la muerte.
De esa subversión del sujeto vemos surgir “su versión” del entramado fantasmático que lo rige y, en ese sentido, el sujeto que surge por “saber allí” cuando habla con su cuerpo “sin saberlo” muestra que puede escribir, porque al escucharse pudo leer con otro, otra historia que cambia el sentido del trauma con el que creía estar destinado a repetir por la vida.
Introducir el sujeto en ese orden que reconoce el deseo va mucho más allá de hacerse reconocer por la vía de las identificaciones que dan soporte a su realidad, es el encuentro con la materia de la cual se sacó provecho en la producción de “su deseo, en tanto identifica como sujeto”
En este sentido, decisión de lectura que tomemos, puede contribuir a la interrogación a cerca de la autorización que se pone en juego en el reconocimiento del deseo, a partir de la experiencia del análisis y la importancia de la transmisión de esa experiencia en el marco de un dispositivo creado a tal fin, para poder extender, en forma legible, quizás a otros campos, el alcance de nuestra práctica. Una autorización que lee en lo que escucha.

Una manera de leer que hace escuchar una discordancia que transmite.
 En esta ocasión, la diferencia de traducción que exige una decisión, remite a una razón de discurso: se trata de la articulación entre sujeto y deseo, no hay sujeto anterior al orden del deseo. Por esa razón decimos que el Discurso del Amo es el Inconsciente y en ese sentido se efectúa en cada ser parlante esa dimensión con la que los términos Obediencia-autoridad moldean su alienación al Otro en la situación de deseo que lo hace hablar.
El deseo es un invariante de la estructura, del que es necesario que demos cuenta a nivel de la experiencia en intención (en la situación de deseo de sujeto de la experiencia), en extensión a nivel de la transmisión de esa experiencia y de este modo poder articularlo a lo colectivo en el lazo social. Entonces decimos que el deseo es un invariante en la medida en que da un orden, una legalidad determinada por el inconsciente, y en ese orden se juega una orden como “carta obligada” con la que hay que “jugareljuego” que se repetirá en transferencia.
Hablamos de una producción definida en el marco del discurso del psicoanálisis, un discurso que se interroga a sí mismo en torno a un orden de verdad que las formaciones del inconsciente le hacen saber. Es ese orden de verdad que, entendemos, surge la autorización.
Me refiero, por repetir para “aprehenderlo”, ni más ni menos que la autoridad surge de la palabra hablada en la producción del testimonio de un análisis.
Los medios de producción de ese valor de la palabra hablada, están intrincados a la reproducción de la satisfacción que genera el lazo social y que se re-produce en esa experiencia que es el análisis. 
Introducir el sujeto en ese orden es introducir esa condición de determinación que es inconsciente, para hacerlo resonar de otro modo que al modo del Otro y es lo que se espera del trabajo del saber en un análisis. Es el trabajo que convierte el relato en discurso y hace surgir del soñante un sujeto, “según su deseo”. De ese trabajo responde el analista.

Transmisión de la experiencia en un dispositivo
Hablarle a otro, (el pasador) que a su vez transporta ese testimonio a otros (el cartel de Pase o Jurado), que reciben y ordenan el testimonio para transmitir a la comunidad (la Escuela) las operaciones que han podido leer allí, en lo escuchado.

Lo colectivo y lo individual
El goce que se pone en juego, en ese lazo social, se elabora por tener en cuenta que el orden de lo colectivo se encuentra en el efecto de subjetivación, en el acto de hablar a otro.  Allí hace eco en el cuerpo del analista, en el análisis y se hace transportar en relato que el pasador hace al cartel de Pase (en la experiencia con ese otro dispositivo de transmisión que implica que el interés y la decisión de hacer-escuela). 
Si “lo colectivo es el sujeto de lo individual”, tal como afirma Lacan en diferentes momentos de su enseñanza, entendemos que es porque al transportar esa palabra hablada (como cuando se cuenta un chiste)pasa, como en el chiste, al mismo tiempo el sentido en el sin sentido (o en el doble sentido) y se hace legible el efecto de sujeto que adviene en la satisfacción en ese orden de palabra.
Así las cuestiones que, como afirma Freud en El malestar en la cultura, encuentra en los otros una fuente de malestar (así como lo son también, el cuerpo y la naturaleza) se elaboran con pulsión, porque resuenan en los cuerpos. Esa resonancia, a la que hacemos lugar en el análisis por “hacer saber allí” es lo que está afectada en estos tiempos en los que “estar allí” se encuentra impedido a los cuerpos. 
¿El medio digital que interviene hoy lo presencial de la presencia, elimina el inconsciente? ¿No deja restos de ese invariante de la estructura que es el deseo? ¿Tiene alguna incidencia en los fluidos del cuerpo que nuestras glándulas segregan? ¿Es que los productos de la ciencia y su correlato ideológico-religioso desautorizan el deseo, por jerarquizar “otra Cosa¨?
Preferimos interrogar con Freud y hacer eco de eso que llega a decir en El malestar en la cultura: “¿Quién puede augurar el desenlace final?»