…Cómo podría captarse toda esta actividad psíquica sino como un sueño, cuando mil veces cada día se oye esa cadena bastarda de destino y de inercia, de tirada de dados y de estupor, de falsos éxitos y de encuentros ignorados, que son el texto corriente de una vida humana… (J. Lacan, Seminario XVII, 11 de febrero de 1970.)

El psicoanálisis es una práctica que requiere de una posición ética de parte del analista. Sostenida en el fenómeno de la transferencia, si bien ésta no impide la sugestión que allí se juega, el analista deberá abstenerse del uso del poder que la puesta en juego del dispositivo le confiere. No es por la vía del dominio que se espera que el analista conduzca la cura, de ello se ocupan otras disciplinas, aún esas que hoy día “se entrenan para amaestrar” el sufrimiento del hombre, amparados en su título profesional sobradas muestras hay de ello.
Compelido el analista en su función a la abstinencia de ser sujeto en esa cura que dirige, ella será la garantía de su éxito. Lacan habló del deseo del analista y de su autorización, que en ningún modo indica autoridad, y si la ejerce, no es en cuanto sujeto de un discurso, sino por lo que se produce como efecto de su función de semblante de objeto en la transferencia. (Referencia: Osvaldo Arribas: Pulsión y deseo del analista: su autorización).
Si por autoridad entendemos una función asimétrica de obediencia, esto merece ser relevado. Señala Benveniste que en griego contamos con un término para señalar la autoridad:
…kraínein se dice de la divinidad que sanciona (con un gesto de cabeza, kraínõ deriva del nombre de la «cabeza» kára) y por imitación de la autoridad divina, del rey que da fuerza ejecutoria a un proyecto, una proposición -pero sin ejecutarla por sí mismo-o kraíno aparece, pues, como la expresión especifica del acto de autoridad -divina en origen, luego real, e incluso susceptible de otras extensiones precisadas por los contextos- que permite a una palabra realizarse en acto… (Emile Benveniste: Vocabulario de las instituciones europeas. Capítulo IV: La autoridad del rey. Editorial Taurus)
Kraínõ, desde el punto de vista morfológico, es un denominativo derivado del nombre de la «cabeza». Es en los ejemplos homéricos, correspondientes a la Ilíada y la Odisea, donde encontró su punto de apoyo para dar cuenta de la estructura de este término. En la Ilíada, aparece su uso bajo el modo de plegaria dirigida a un dios, cuya traducción correcta es: “realiza mi deseo”. No es el dios quien lo realiza, pues no ejecuta nada por sí mismo, sino que acepta el ruego y deviene su cumplimiento mediante la autorización divina.
Pretendo subrayar, respecto de nuestra praxis, simplemente el hecho de que hay una aceptación de la palabra en juego que pone en movimiento el circuito del análisis, la puesta en función del dispositivo. La autoridad deviene en todo caso de ese gesto, ese movimiento que permite que la cadena significante circule, y que por ello se arme un saber, el saber inconsciente. Así lo vemos en la trimetilamina del sueño de Freud que desnuda su etiología sexual o en el Ben Hur reprimido relatado por Freud en Psicopatología de la vida cotidiana, que lanza recuerdos sustitutivos a fin de ocultar una proposición sexual. También en los términos desplazados que advienen ante el olvido de un nombre propio, el deslizamiento en Trafoi-Boltrafio, Herr-Herzegovina, que ocultan el olvido del nombre propio del pintor Botticelli, la sexualidad y muerte.
En la experiencia del análisis es la posibilidad de un vacío lo que permite que la cadena circule facilitado por el a como objeto causa, ese a del cual el analista hace función de semblante.
Respecto del discurso del analista dice Lacan: “…el discurso del analista está en el punto opuesto a toda voluntad, al menos manifiesta, de dominar…” (J. Lacan. Seminario XVII. El reverso del psicoanálisis. Cap V)
No hay autoridad del lado del analista, sino autorización.
Si el inconsciente es el Discurso del Amo es por estar el S1 a la cabeza y éste conlleva la constitución de un saber inconsciente, aquél que rige el síntoma. Y cuando digo síntoma me refiero a ese que se instala en el análisis, transferencia mediante, como “el olor a harina quemada” que en Miss Lucy R. tomó en la transferencia el “olor a humo de tabaco”. En la experiencia del análisis no hay otra autoridad que la del inconsciente, cuyas formaciones resultan legibles y pueden ser leídas con sus reveses, sus sinuosidades y disfraces, si y sólo si hay presencia y deseo del analista en función de causa.
Es por la aceptación de la palabra del analizante en el juego que la transferencia abre que decimos que el Discurso del Analista es una subversión del Discurso del Amo. El inconsciente realiza su deseo, un deseo procedente de la profundidad de la vida psíquica, de un saber no-sabido, que asoma su verdad bajo la forma de un “no sabía”.
Miss Lucy R. arma un saber, un saber que sabía pero lo olvidó, y recién ahora sabe, por el valor de causa que toma Freud en la transferencia. Una interpretación es posible tomando como referencia al padre: el padre de las niñas, su propio padre, el lugar de Freud en la transferencia, semblante de objeto, objeto que causa y puede acudir allí una interpretación. Es la autorización de Freud lo que lo permite, al haber tomado su lugar.
(Referencia: Norberto Ferreyra: Verdad y objeto en la dirección de la cura)
Tomar el lugar que el analizante nos confiere. De eso se trata nuestra praxis.
Dice el proverbio:

-“¿Con qué sueña el ganso?”
-“Con el maíz”
(S. Freud. La interpretación de los sueños. Obras completas.)