El presente trabajo continúa los desarrollos presentados en la Fundación del Campo Lacaniano en el marco del Seminario: ¿Es que ya no es posible mentir de verdad? Intenta ir despejando un interrogante: ¿De dónde extrae la verdad su validación o su autoridad?
La verdad no tiene nada de evidente en tanto es necesario formularla en un discurso. Partimos de la no transparencia de las enunciaciones y postulamos que cada palabra toma su sentido en relación al discurso donde es producida. Estas premisas van contra el absolutismo de la verdad pregonada desde la religión, la ciencia y deberíamos agregar el mercado.
En su libro Verdad y Mentira en la política Hannah Arendt se pregunta: ¿Cómo pudieron hacerlo? Cómo pudieron embarcar a un país en una guerra sin el menor justificativo posible refiriéndose a la guerra de Vietnam y su respuesta es: Una particular forma de propaganda que consiste en dar vuelta lo que es verdad y transformarlo en otra cosa, siempre y cuando la propaganda se arraigue en algún fantasma o alguna creencia previa, en algún prejuicio.
Acá tenemos que una realidad fáctica es totalmente transformada en una mentira, ya que, la realidad fáctica o factual es mucho más débil frente al poder y por consiguiente más fácil de eliminar que una verdad racional.
La verdad puede ser realmente incómoda y en ese caso y parafraseando a Thomas Hobbes podemos decir que por ejemplo las verdades matemáticas pueden ser recibidas con alegría mientras no comprometan mi patrimonio ni mis comodidades. Si no, quemaríamos los libros de geometría.
Toda verdad que no incomode, es decir que no se oponga a ningún beneficio ni a ningún placer humano será bienvenida, caso contrario…
Para Hannah Arendt la supervivencia misma, la existencia del mundo humano, no se podría sostener si no hubiera hombres dispuestos a hacer lo que Heródoto fue el primero en hacer: “Decir lo que existe.” Decir lo que existe es una manera de presentación de la verdad que no implica ningún absolutismo. Decir lo que existe no lo que es, es una presentación de la verdad que corresponde al discurso del psicoanálisis.
Si decir lo que existe es una manera de presentación de la verdad, negar, borrar, eliminar lo que existe o existió es una de las formas crueles de la mentira actual o mejor dicho moderna.
Mentir en el ruedo de la política se ha hecho desde siempre. Pero adquieren cierto sesgo de gravedad con el advenimiento del puritanismo con su férrea preocupación por erradicar la mentira y su influencia en cierto estadio del capitalismo y el discurso científico, donde era y es necesario que la verdad sea establecida con cierto rigor; pero hay una diferencia entre las mentiras antiguas y las modernas. La mentira antigua a nivel político está destinada a guardar algún secreto en aras de la protección de los intereses de la nación. La mentira actual, moderna, organizada, sistemática se ocupa de aquello que en absoluto es un secreto, es conocido por casi todos. Se trata de eliminar el hecho, de matar el hecho que en realidad todos conocen.
Es negar y eliminar un existente lo que trae seguramente severas consecuencias en el lazo social. No se trata del desocultamiento -alethéia- se trata de destrucción.
Para mantener las mentiras es necesario un cambio casi continuo en los relatos, la más de las veces la tergiversación de los hechos; trae aparejado una forma peculiar de cinismo: “no se cree en ninguna verdad por más fundada que esté.”. Esta advertencia de Arendt data de 1968. Este cinismo -a mi juicio- alimenta lo peor de nosotros al eliminar la dimensión de la creencia que en nuestro discurso cobra una dimensión particular.
En un momento hubo una oposición entre la verdad y la opinión. La verdad filosófica y la opinión del ciudadano podrían no coincidir necesariamente, pero la opinión del ciudadano más que la verdad es indispensable para llegar al poder. Entonces que el ciudadano sepa la verdad no es precisamente necesario. En el mundo actual ya prácticamente no quedan huellas de este antagonismo entre la verdad del filósofo y las opiniones del mercado. Ni la verdad revelada, las de la religión, ni la verdad del filósofo importa al ciudadano común. Los hechos que tengo enfrente son evidentes, son de conocimiento público, y sin embargo no se quiere saber nada de ello. A los mismos ciudadanos no les interesa discutir lo que es un secreto a voces.
Entonces, ¿qué es lo que importa?
¿Podríamos decir la opinión? Puede ser un refugio muy interesante, porque hasta parece democrático, por ejemplo, decir: es mi opinión, no es una verdad evangélica, se puede disentir en una suerte de posición políticamente correcta de tolerancia y diálogo. Sin embargo, la tan aclamada libertad de opinión es una farsa si no se garantiza por la información objetiva y si no se aceptan lo hechos mismos. Primero la información objetiva, luego los hechos, y después vendrá la interpretación. Pero al ciudadano común parece no importarle nada más que la validación de su opinión como un derecho. Tengo el derecho de afirmar que la tierra es plana y los demás tienen la obligación de reconocerlo. Entonces la ciencia tampoco es autoridad en materia de verdad.
¿Estaríamos ante la forclusión de una dimensión de nuestro simbólico? ¿Ganó lugar la paranoia como la no creencia en el otro necesaria para la constitución de nuestro aparato? La paranoia, aparentemente expresión máxima de la creencia, está afectada por la Unglauben que podemos traducir por increencia en tanto no se trata de no creer en eso. Se trata de que falta uno de los términos de la división del sujeto. Total y plena en su increencia, es el soporte de creencias absolutas y perfectas resistentes a cualquier confrontación con alguna verdad proveniente de otro discurso.
Para Lacan la opinión va en dirección de que todo marche, que no se presente en ningún momento alguna cuestión que resuene a que no hay relación sexual, nada que ponga en juego la división del sujeto.
La opinión tiende hacia el universal fácil, un refugio frente a la incertidumbre y las contradicciones. Se refiere al “todos” en extensión. Todos los hombres son mortales es distinto de decir ‘todo hombre’…Es el “todo” en intensión, es el universal “no fácil”. Si afirmo que “todo hombre es mortal”, si afirmo que todo hombre en sí mismo es mortal, la muerte está en mí, lo afirmado está en mí y no necesariamente en todos.
El todos (fácil) es fuente de prejuicios, es lo que los lógicos de Port Royal llamaban: “la universalidad moral”; este todos englobante, extensional no intencional, hace que se diga: “los franceses son valientes, los italianos son sospechosos, los alemanes son grandes, los orientales son voluptuosos; porque uno se conforma con que sea verdad en la mayoría de los casos”. (Pêcheux, Michel: Las verdades evidentes, Ed. CCC, Bs. As, 2017, Pág. 141).
Esto se llama ideología. La opinión enmascara las paradojas, las contradicciones y las dificultades. Se apoya en el todos extensional y borra matices y diferencias.
La orientación por lo verdadero o lo falso pierde su dimensión y no sé si tanta fobia con desorientación incluida no es un correlato inevitable, y si la falta de referencias -y la verdad es una de ellas- no con lleva el agravamiento de las presentaciones clínicas con un notable déficit de lo simbólico.
La mentira es necesaria para el hablante para armar su espacio interior, para separarse de la omnipotencia de ese Otro materno. Es una manera de decir que el Otro está en falta, que hay algo que no sabe. Pero para que esta mentira sea operativa es necesario que haya una verdad con autoridad simbólica a la cual, oponiéndose, sirve como referencia. Si esto no está, ¿cómo sería posible mentir de verdad, es decir cómo se podría construir una mentira que diga la verdad a la manera del proton pseudos de la histeria?
Sigo buscando una respuesta.