Las variedades del olor carecen de nombre, dice Platón en el Timeo; y recientes investigaciones parecen indicar que los olores que podemos distinguir se cuentan por billones1. Lo mismo puede decirse de los timbres musicales, o de los acordes que pueden tocarse en un piano; pocos, sin embargo, reciben denominación propia2. La infinita variedad de la percepción contrasta con la escasez de sus correlatos lingüísticos. Además, las categorizaciones en estos dominios sensoriales no solo son deficientes, de grano grueso, sino que tampoco abarcan todo el espacio perceptual. Por lo cual muchas experiencias quedan en el campo de lo singular, lo residual y lo innominado.

Pareciera entonces que existen limitaciones en la traducción de los sentidos al lenguaje. ¿Se trata de límites fuertes, universales, válidos para todo lenguaje, o débiles, específicos de ciertas culturas?

Respecto de las restricciones fuertes, en caso de existir éstas (lo cual no es claro en absoluto), dos tipos de causas posibles se presentan naturalmente: las que radican en la arquitectura cognitiva humana, y las que responden a límites expresivos intrínsecos al lenguaje.
Focalizándonos en el primer tipo de causas, y tomando el caso de los olores como ejemplo particularmente saliente, es posible que la hipótesis fodoriana de una arquitectura cognitiva modular sea válida en ciertos casos, y que el procesamiento de un módulo mental dedicado a generar, por ejemplo, representaciones internas de percepciones olfativas, no sea accesible al lenguaje. Los módulos de procesamiento sensorial filogenéticamente más antiguos y que se hayan conservado  invariables durante la evolución del lenguaje en la especie humana serían más encapsulados en sí mismos, más impermeables a la comunicación, debido a que originalmente existían solos, sin contrapartes verbales.
Puede ser el caso también de que haya una competición por recursos: hay evidencias de que el lenguaje y los olores comparten redes neuronales y por lo tanto habría interferencias entre ambos, dando como resultado una cascada de deterioro de la señal desde la percepción olfativa hasta su verbalización3.
Es posible que la memoria olfativa se active primariamente en presencia del estímulo aromático, cuya variedad química y perceptual es enorme (ver nota 1), no codificable en un vocabulario de tamaño limitado, o saturada de tantos transitorios y matices que no pueden retenerse de forma suficientemente estable para ligarlos a un nombre. Aparentemente, no podemos verbalizar (ni expresar en música o imágenes) más que aspectos muy limitados de nuestra percepción (ni de la compleja emocionalidad que la percepción evoca); la inefabilidad es lo que prevalece…
Por otra parte, sólo las percepciones conscientes son en principio nombrables, mientras que los olores pueden ser percibidos en estados no conscientes4, como puede verse por su capacidad para afectar el contenido onírico5.

Con respecto al segundo tipo de causas, relativas a límites del lenguaje, el carácter digital, discreto de éste contrasta con lo analógico de la percepción (por ejemplo, de un gesto facial o musical).

Ya se mencionó el tamaño finito del léxico frente a los innumerables matices de la sensación, y si bien nuevos términos emergen todo el tiempo, se trata de un proceso gradual que requiere la formación de consensos de interpretación por parte de la comunidad lingüística.

Un vocabulario finito además presupone categorías (por ejemplo, se habla de olores femeninos, medicinales, nocturnos, desagradables…), mientras que la identidad de un olor es  singular.

También hay límites inherentes al aprendizaje de la lengua: para aprender una palabra sensorial, una comunidad entera tiene que tener acceso a un ejemplar denotado por ella, lo cual no es factible en general.

En cuanto a limitaciones débiles, nuevamente el caso de los olores es un ejemplo ilustrativo. Hay comunidades que desarrollan lenguajes más exhaustivos y precisos para los aromas, como los especialistas en perfumería6, o culturas donde los olores juegan un rol central, como los Jahai, un grupo de cazadores-recolectores de la Malasia7. Culturas que tengan una cocina simple o carezcan de instrumentos musicales pueden tener un vocabulario muy restringido en los dominios del sabor o del sonido simplemente por esta causa, meramente contingente.

Algunas de estas limitaciones pueden aplicarse también a las “traducciones” entre distintas modalidades sensoriales, llamadas “correspondencias transmodales” (crossmodal correspondences) en el ámbito de la psicología empírica8. Se trata de asociaciones espontáneas y estadísticamente consistentes que se establecen entre dimensiones básicas de distintos sentidos. Por ejemplo, un sonido grave (propiedad auditiva) se asocia regularmente con un tamaño grande (propiedad visual).

En este caso, el lenguaje es sólo uno de los factores que intervienen en la correspondencia. Para tomar un caso específico, consideremos el caso del sabor y el sonido9. Hay bastante evidencia que muestra que el sabor ácido se asocia con sonidos agudos y el amargo con sonidos graves. Aquí es razonable suponer que hay una base corporal: hablamos, cantamos y saboreamos con los mismos órganos, o casi los mismos. Al probar algo ácido hay un gesto facial típico (que ya hacen los bebés), que produce, si se vocaliza, sonidos con formantes vocales agudas (y también emerge ese gesto espontáneamente al escuchar un sonido agudo y penetrante). Estos entrecruzamientos en el cuerpo se refuerzan con correspondencias emocionales y semánticas, y quedan plasmados en el lenguaje: se habla así metafóricamente de sonidos brillantes o dulces, colores estridentes, olores suaves.

Pero estas metáforas transmodales plantean también sus propios desafíos de traducción, pues distan de ser comunes a todas las lenguas. Mientras que nosotros hablamos de sonidos agudos (un término visual y táctil), se habla de sonidos altos (high pitch) en inglés, pequeños (en Bali y Java), jóvenes (los Suyá de la Amazonia), débiles (la tribu Bashi del África Central) o incluso, “aquellos que siguen a los cocodrilos” (los Shona Mira de Zimbabwe)10. Notablemente, en cada cultura los sonidos graves se denominan por un término de polaridad opuesta en la misma dimensión que los agudos (sonidos bajos, grandes, viejos, etc). Nuevamente surge la pregunta (bastante occidental en sí misma) de los universales: estas diferencias culturales, ¿pueden ser referidas a un conjunto limitado de mapas subyacentes, quizás emergiendo de experiencias corporales básicas, interacciones con el entorno físico, o estructuras cognitivas, como un único código semántico abstracto de oposiciones en distintas dimensiones? Dejamos acá con este interrogante abierto.

Bruno Mesz es Pianista, licenciado en Matemáticas, Investigador en MUNTREF Arte y Ciencia.

Notas

1 Bushdid, C., Magnasco, M. O., Vosshall, L. B., & Keller, A. (2014). Humans can discriminate more than 1 trillion olfactory stimuli. Science, 343(6177), 1370-1372.
2 Incluso la “set theory” que nombra conjuntos de notas arbitrarios con un código técnico, se limita a una sola octava, clasificando decenas de acordes posibles. Pero el número total de acordes en un piano es del orden de cien billones de trillones…
3 Olofsson, J. K., & Gottfried, J. A. (2015). The muted sense: neurocognitive limitations of olfactory language. Trends in cognitive sciences, 19(6), 314-321.
4 Stoddart, D. M. 1990: The Scented Ape: The Biology and Culture of Human Odour.
Braun, M. H., & Cheok, A. D. (2014, November). Towards anolfactory computer-dream interface. In Proceedings of the 11th Conference on Advances in Computer Entertainment Technology (p. 54). ACM.
6 Zarzo, M., & Stanton, D. T. (2009). Understanding the underlying dimensions in perfumers’ odor perception space as a basis for developing meaningful odor maps. Attention, Perception, & Psychophysics, 71(2), 225-247.
7 Burenhult, N. and Majid, A. 2011: Olfaction in Aslian ideology and language. The Senses & Society, 6, 19–29.
8 Spence, C. (2011). Crossmodal correspondences: A tutorial review. Attention, Perception, & Psychophysics, 73(4), 971-995.
9 Mesz, B., Trevisan, M. A., & Sigman, M. (2011). The taste of music. Perception, 40(2), 209-219.
10 Eitan, Z., & Timmers, R. (2010). Beethoven’s last piano sonata and those who follow crocodiles: Cross-domain mappings of auditory pitch in a musical context. Cognition, 114(3), 405-422.