Mucho se ha hablado de la pérdida de autoridad en el mundo moderno. Nuestra contemporaneidad ensombrece con controversias y confusión este complejo concepto que, con importantes aportes de Alexandre Koyeve, Hannah Arendt, y muchos otros se ha convertido en un tema siempre actual.
¿Y por qué se torna importante y siempre presente?
Me interesa ubicar una cuestión que releva Lacan, muy temprano, precursor como fue su estilo, en el Seminario 8: La Transferencia: «el hastío, escepticismo y nihilismo se ha apoderado de nuestra cultura».
Comenzaré partiendo de esto, porque creo que podrá arrojar una luz nueva al tema de la autoridad.
El inicio de la Era Moderna comienza con la escalofriante constatación de Pascal de que la profunda transformación de la cosmología del universo físico pone al descubierto, frente al infinito, la desproporción del ser humano, desencadenando extrañeza a su destino individual.
Nietzche abre una nueva grieta a la debilidad del espíritu con su «Dios ha muerto». Se despedaza el universo donde cada uno se enfrenta sólo a la Nada.
Queda en evidencia que la disolución de las creencias y ordenamientos o reglas tradicionales que dan cohesión a un mundo epocal, implican una crisis profunda.
La ciencia y la técnica vinieron a ofrecer seguridad en un supuesto progreso que prometía sostener al ser humano y sacarlo de su extravío.
Sin embargo el horror de la guerra y los campos de exterminio, abrieron un nuevo abismo a la humanidad, del que la ciencia había sido cómplice.
A esto se agrega el que la mecánica cuántica, condujera a Heisenberg a definir el principio de indeterminación, y el carácter probabilístico, excluyera entonces el determinismo causal.
El punto de vista científico afirma que pueden sucederse hechos vitales imprevisibles, como lo hemos constatado en nuestros días
Cada vez más las promesas de seguridad se quiebran frente a un mundo donde se revela la propia fragilidad del ser humano, aún frente a sus mismas invenciones.
¿En qué creer? El resorte de la creencia se convierte en el eje de una subjetividad que busca asirse de algo que le brinde algún sostén.
Bien sabemos que ni el idealismo, ni el realismo, o el existencialismo han dado salida a esta crisis que perdura en nuestros días, con el permanente intento de destrucción de la política, y un mercantilismo que cree sostener con el dinero juguetes de entretenimiento que no ahorran el hastío y escepticismo.
Tampoco la religión, que surge siempre triunfante, ha logrado dar respuesta, pues la misma se divide cada vez más con la aparición de sectas y ofertas en pugna.
La sociedad y la cultura dan demasiado valor a las imágenes, y a todo lo que presente consistencia, en desmedro de lo simbólico, que regula el lazo sólo con la palabra.
Vivimos una época donde los medios masivos dirigen y controlan, conduciendo con slogans y frases hechas y fijas.
Se estereotipa el lenguaje, a nivel de signos, y el ser humano se abandona siendo presa capturada por espejismos, en los que juega su vida y su ser, para ser cada vez nuevamente decepcionado.
Parece olvidarse que ese fue y será siempre el camino que nos lleva a ser hablados y conducidos como un rebaño, sin capacidad de análisis y lazo con los otros, que nos lleve a preguntarnos.
¿Y por qué se sigue pregonando la búsqueda de coerciones externas que den seguridad?
Los muros, el aislamiento, las rejas y la policía, se buscan como salida.
Y por añadidura se busca amparo en el Derecho, reduciendo todo a lo legal e ilegal, abandonando por completo la noción de legitimidad en relación al concepto de autoridad.
Esto mismo socava los poderes políticos y las instituciones, y se pierden los verdaderos derechos humanos, pues se reclama autoridad para enfrentarla y cuestionarla luego.
El imposible es renegado una y otra vez, hasta que se nos presenta en un real que siempre nos vuelve a detener.
Recordar los imposibles freudianos, es una orientación en esta hora.
Gobernar, educar y curar son imposibles, en tanto no pueden desarrollarse integralmente. Por lo que se trata lógicamente de una contradicción pretender de ellos un poder omnímodo.
Se trataría de pretender un amparo en una dictadura sin derechos, o de pretender un saber con poder, que no deje lugar a lo insabido que en algún lugar sabe y juega de causa.
Y pretender curar, implicaría eliminar el síntoma, único lugar donde la verdad habla en la falla del saber, resguardo del deseo del sujeto. Por lo que el psicoanálisis encuentra una razón en su fracaso, pues si triunfara, eliminado el síntoma, sólo quedaría la religión, de seres automatizados siguiendo una consigna.
Aceptar la falta es la posibilidad de un deseo, de otra vuelta, otro camino, y la posibilidad del invento, y es ahí donde pueden advenir contingentemente, el descubrimiento, el proyecto, la creación artística, así como nuevos colectivos sociales y políticos.
Allí donde la demanda se desgarra de la necesidad, surge el deseo, único resguardo articulado en la estructura subjetiva, y por inarticulable, sólo a develar por cada uno.
Así dejar de reducir todo a lo reivindicativo, es abrir un recorrido propio con otros donde se encamina la responsabilidad individual y colectiva.
Autorizar y autorizarse en el camino del discurso, parecen ser los caminos por los que algún orden de autoridad en el campo familiar, educativo, social y político pueda construirse cada vez.La autorización depende de lo que se dice y de lo que se escucha, como de lo que se lee y lo que se escribe, donde siempre puede haber lugar para el disenso, y la controversia, y las diferencias amplían los caminos y las posibilidades en el intercambio.
Aprender a escucharnos y a leer entredichos es un ejercicio que tal vez nos despierte de las letanías imperantes, y descubramos que la autoridad no deviene por la fuerza, y la palabra requiere de los otros para ser escuchados.
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