El mundo literario es parte de mi ser, tanto como el del movimiento. Por eso quizás la tarea de traductora se me hace sumamente placentera en mi viaje artístico.

En mis inicios fui escritora. Publiqué precozmente en la adolescencia un libro de prosa poética, incentivada por mis padres total y activamente inmersos en el mundo del arte, la plástica y la literatura. Sin embargo la fuerza del cuerpo pudo más. La danza me había acompañado desde niña. Giros para generar sensaciones de violento mareo, pequeños zapatos que dibujaban líneas de las posiciones de la técnica clásica, despedidas a mi padre con rituales coreográficos de infinitas piruetas, a la maestra del barrio subyugante e inalcanzable, en los festivales  de fin de curso multitudinarios, pura adrenalina… Cuando tuve que elegir abandoné la carrera de letras, a punto de recibirme. El llamado de la escena me atrapó.

Todas las imágenes que cabalgaban literariamente en mi espacio de pensamiento y poética excedían el lenguaje escrito. Necesitaba traducirlas a un lenguaje corporal  mucho más amplio, lleno de ambigüedades y sentidos múltiples. Siempre me atrajeron las infinitas interpretaciones que emergen de obras dónde el movimiento es central. En efecto mi tarea  es plasmar, traducir mis ideas e imaginario al cuerpo.

El recorrido es arduo. El punto de partida es una idea no guionada. Los intérpretes bucean en los estímulos dados entrecruzándolos con recorridos propios. El cuerpo dirige y plasma el primer mapa de la obra. La música acompaña, el guión se entrelaza desde las profundidades de la búsqueda y empuja hacia la superficie imágenes, emociones, poesía. En mi recorrido artístico comencé a sumar algunos textos acotados y la técnica de video-arte que como sutiles andamiajes sostienen  y potencian la traducción buscada de la idea al cuerpo.

La docencia que ejerzo hace más de cuarenta años también tiene ese perfil sostenido en el arte de la traducción. Leer los cuerpos, interpretarlos para poder ayudar en el camino de la formación, es traducir los signos acompañando el proceso de concientización con objetivos claros e imágenes adecuadas.

En estos tiempos de cruces interdisciplinarios la obra escénica es atravesada por múltiples vectores diferenciados. La tarea de la dirección  es  traducir cada código para aunar y ecualizarlos volviéndolos potentes en el sostén del producto artístico. Mis obras de danza teatro tienen en general la particularidad de arrancar desde la hoja en blanco. Sólo  lanzo una idea rectora y pregnante que perfila el comienzo. Luego la tarea del grupo de trabajo es traducir esa idea y pasarla al cuerpo, la imagen,  la  música, la luminaria y eventualmente a los textos de apoyo.

Mi última producción “Los Restos” tiene un origen puntual en un viaje a Epecuén, pueblo sumergido en la provincia de Bs As y vuelto a emerger 20 años después. Esas mágicas ruinas blancas nos conectaron con el tema, ambicioso por cierto de la muerte y su contracara de la vida. Traducir esta experiencia a una obra escénica requirió mucho tiempo y esfuerzo. Exploramos la temática desde lo fantasmático, apropiándonos de las ruinas presentes a través de  videos escénicos,  abordando el dolor de  las mujeres que quedaron frente a  la muerte en la otra orilla y finalmente generando la celebración que exorciza la finitud del ser humano y acaricia la vida. Cada  instancia fue trasladada a un lenguaje corporal diferenciado y con entidad propia.

Los videos filmados en el lugar fueron la óptima elección escenográfica. La música fue creada a posteriori. El compositor debió por su parte hacer también una tarea de traducción viendo los ensayos en vivo y filmados, al igual que el iluminador y la vestuarista dando el último impulso a la obra. Todo el equipo generó igual metodología  siendo traductores de la idea original a sus propios lenguajes. Los intérpretes, pilares del desarrollo de la idea pasan al cuerpo los estímulos que generamos en la investigación previa. Al tener los textos en mi producción un rol menor, el cuerpo tiene que abordar la posibilidad de traspaso de ideas emociones, sensaciones, imágenes, simbolizando en códigos corporales reinventados cada vez.

El éxito del producto dependerá de la buena amalgama entre las disciplinas, tarea del director por cierto.

En mi vida artística lo sensorial prevaleció a lo intelectual. Sin embargo el mundo de la palabra y lo simbólico se ha entretejido y articulado con el eje del cuerpo. Un cuerpo musical, emocional, literario. De hecho también  mi tarea docente además de la transmisión  inherente al trabajo, se centra  en una poética especial para traducir en palabras los objetivos del movimiento a investigar.

Vivian Luz es coreógrafa, directora, intérprete, docente de danza teatro y contemporánea.