Todos los discursos no tienen la misma relación con la letra, la literatura por ejemplo no se confunde con el psicoanálisis ni éste con aquella, en lo que se refiere a la función con la letra.
Podemos decir que el resultado de lo que escribe el psicoanalista -si lo hace- no es lo que llamamos literatura. Lo mismo ocurre en lo que se refiere a la autoridad como principio, no se supone que un principio tal existe en el discurso analítico, sin embargo, hay una cierta interpretación de autoridad en el uso que hacemos, a partir de Lacan, del término autorización. Justamente la frase “el analista se autoriza de sí mismo” que es parte fundamental de la Proposición del 9 de Octubre… que Lacan hace y dirige a los psicoanalistas, plantea ya un interés concerniente a la letra en lo que se refiere a la traducción: la expresión de Lacan es: “de lui mème”, podemos decir que esta expresión autoriza a ser traducida como: “de sí mismo”, “por sí mismo”, o “de él mismo”.
Ahora bien, si tomamos esta decisión, la del último caso, cabe preguntar quién es éste “él” y decir entonces, que éste “sí” del “mismo” no es el “yo”. “Él” puede ser su deseo si consideramos que quien se declara analista puede ser llamado a dar razón de lo que en su análisis ocurrió con su deseo para que decidiera prestarlo en el lugar de un objeto causa del deseo para otros.
Hablar de autoridad, como estamos invitados a hacerlo, me inclina a desprender este término de un terreno que le es, quizás, más propio, el del discurso que a partir de Hobbes y Spinoza se llama lo teológico–político. Es Leo Strauss quien organiza este campo que le es también una instancia articuladora de la lectura, la letra y la autoridad. Se trata de la lectura de la Escritura a propósito de la separación o de la forma en que fundamentalmente Hobbes y Spinoza operarán la separación entre la autoridad que proviene de la Escritura y el poder secular.
Para Hobbes, por ejemplo, la autoridad del Estado debe ser independiente de la autoridad de la Escritura, la Escritura debe cumplir con ordenar la obediencia a la autoridad secular, la autoridad de la Escritura no está para Hobbes en la Escritura misma sino en lo que ha mandado el poder secular y su autoridad es dependiente de este mandato. La posición de Spinoza -lo señala Leo Strauss- es menos un interés en la ciencia de la Biblia que en lo político mismo, por eso comienza su exposición con el pueblo de Israel, mientras que Hobbes lo hace con Adán y Abraham.
Podemos decir que hay dos lecturas distintas respecto de lo teológico-político en lo que concierne a la teoría del estado, es decir a la administración que éste debe hacer de lo que tanto en Hobbes como en Spinoza son las pasiones del pueblo.
¿Qué lectura de las Escrituras es la adecuada a la conformación del Estado? Es ésta la cuestión que se plantea. Ni Hobbes, ni Spinoza pueden en verdad ser considerados ateos, no es esto, entonces, lo que les hizo merecedores de una acusación de herejía, no es esto sino el hecho de que propongan más una lectura que una interpretación de la Escritura, menos la crítica de la religión que el hecho de interrogar una función de la letra.
Es decir, que creo que nos conviene atender al hecho de que en una primera instancia lo sagrado no es el texto, religioso o no, sino algo que se vincula a la escritura como trazo, incluso avant la lettre.
Puesto que hay signos, caracteres mucho antes de que hubiera letra.
Pensemos que la palabra jeroglífico que designa los caracteres de la escritura egipcia significa “escritura de los dioses”, del griego hieros: “sagrado” y de gluphin: “grabar”. El origen divino de la escritura egipcia indica ya el nexo con los dioses, la escritura egipcia es considerada un don del dios Thot. Si la ejercen los sacerdotes no es porque sea religiosa sino porque es escritura, es decir, porque ya el trazo supone una transgresión de todo orden natural.
La función de la letra cambia con el surgimiento de la ciencia moderna y la posibilidad de un nuevo orden de herejía. Giordano Bruno, por ejemplo, pensaba que podría crearse un alfabeto mínimo que permitiera leer el universo. Podríamos mencionar a Galileo y llegar hasta Lacan respecto de esto que parece articular la función de la lectura con la herejía, a partir de la escritura que resulta de esa lectura. Los Escritos de Lacan comportan esa experiencia.
La interpretación de los sueños, el texto de Freud, nos indica muy bien que el jeroglífico es un efecto del significante, nuestros sueños son descifrables en el mismo sentido pero la instancia de la letra en el inconsciente es otra cosa que el jeroglífico, es el retorno de lo reprimido, es la cifra de goce. A partir de que existe una escritura que se comporta como tal, para decirlo en términos de Lacan, el sueño no participa de lo escrito, es dado a leer.
Hay en principio una emisión vocal en el hombre; llegado un momento los fenicios primero, los griegos después, llegan a escribir esta notación con la ayuda de la escritura como útil. Sin embargo, dice Lacan la escritura, ella misma, constituye un bagaje que espera ser fonetizado, el proceso es inverso al anterior: cada vez que hay un progreso en la escritura es en la medida en que una población ha tratado de simbolizar su propio material fonético con ayuda de un material fonético de otra población, la cual escritura se mostraba adaptada aparentemente a otro lenguaje.
Los griegos, por ejemplo, toman el alfabeto arameo para hacer funcionar esos caracteres como vocales en su propia lengua. Existen otras hipótesis acerca de la introducción de las vocales en el alfabeto griego, pero el hecho es que este gran avance en la escritura de un pueblo resulta de poder servirse del alfabeto de otros. La interpretación que hace Gerard Pommier de este hecho es que este préstamo elude eficazmente la autoría inicial de un alfabeto y hace posible la entrada en él de un goce interdicto respecto del uso de la vocal.
Sólo una vez que una escritura funciona como tal, como sistema, podemos considerar que la escritura nos antecede, porque la instancia de la letra está instalada en la función de la palabra en el campo del lenguaje, pero no porque en la estructura la escritura se anticipe a la lectura.
La lectura por el contrario es la condición de la escritura. El primer trazo, en una vasija, es ya el efecto de lectura de una oposición significante en la naturaleza como la desaparición del día en la noche, y su retorno. Este funcionamiento del significante es anotable como trazo unario y legible como revelador de la función de la letra antes de que una escritura funcione como tal.
Entre la escritura del jeroglífico, el ideograma como don de los dioses y la constitución de un alfabeto, Gerard Pommier sitúa lo que considera el primer monoteísmo, el de Akenaton quien al fundar la religión de Aton que sustituye a la de Amon (religión de los padres de Akenaton) ordena borrar toda representación del dios de la religión anterior.
Es decir el alfabeto no es la primera forma de escritura, por supuesto, el alfabeto supone una letra que es ya una estilización respecto de la representación. Por efecto de la represión, represión ligada a la representación que ha ido borrando las partes que son representativas del cuerpo, que son antropomórficas.
Necesitamos distinguir entre una función del escrito que es el efecto del lenguaje y una función diferente del escrito que es el efecto del discurso. Lo que es efecto de discurso ya supone otro tipo de escritura que es matematización. La lógica es por eso una forma de escritura, efecto de discurso y la función matemática y matémica también de la letra.
Quiero decir que Lacan ha producido ‘mathemas’ a los efectos de la transmisión y de la enseñanza. Ya que en definitiva la palabra ‘mathema’ significa enseñar o enseñanza, existen también otras formas de escritura formularia, como el caso de las fórmulas de la sexuación. Ese efecto matémico recibe una autorización del propio Lacan en este caso. Dice en determinado momento: “autorizo a estas letras a funcionar”. Es decir, que hay en este sentido como en la fórmula de la gravitación, letras en juego, letras que son efecto del discurso y no son objeto de una lectura en el sentido alfabético.
Quería leerles una definición que da Émile Benveniste de Auctoritas, en el Capítulo 6, bajo el título El Censor y el Autoritas, y dice así: “Si el magistrado romano del cual las funciones son las más específicamente normativas se llama `censor’, si los censores que él recluta expresan solemnemente su opinión autorizada diciendo: ‘censeo…’ es que la raíz ‘kens’ significa propiamente ‘afirmar con autoridad una verdad’ (que hace ley).
Esta autoridad, -auctoritas-, de la que es necesario estar investido para que la palabra que se profiere tenga fuerza de ley, no es, como se ha dicho, el poder de hacer creer (‘augere’), sino la fuerza (ojah) divina en su principio de hacer existir ‘augur’.” (Émile Benveniste. Le sens commun. Le vocabulaire des institutions indo-européennes. Tomo 2. Pouvoir, droit, religión. 1974. Les Editions de Minuit).
Esta cita permite ver una articulación que se nos oculta cuando pensamos que autorizar tiene predominantemente el significado de ‘hacer creer’. Vemos en la cita de Benveniste que claramente ‘autorizar’ significa en primer término: ‘hacer existir’. Así, cuando Lacan dice: “autorizo estas letras” significa “las hago existir”. (J. Lacan. Seminario XX Encore. Editions du Seuil. 1975).
A partir de que escribo estas fórmulas o mathemas hago existir esas letras.
La concepción de la letra y de la escritura que Lacan propone está completamente ligada al hacer existir, quiere decir que cuestiones como la existencia o la inexistencia de algo, están en función de que esa relación a partir de la cual puedo decir que algo existe o que no existe, se pueda escribir en lógica como una función.
Esto se debe al hecho de que hay una relación que el lenguaje es incapaz de escribir. Esa relación que el lenguaje no permite escribir es la relación del hombre y la mujer, el lenguaje es incapaz de escribir esa relación como tal, por el hecho de que en el universal “El Hombre”, La Mujer está incluida y no es posible formar otro universal. La imposibilidad definitiva de escribir esta proporción constituye, hace, a la necesidad de escribir. Hace a esta imposibilidad de escribir un real y es a partir de lo que no se puede escribir que respecto de la letra, es decir, de la escritura, algo que se revela como una imposibilidad lógica da origen a escrituras como las fórmulas de la sexuación, que mencioné antes.
Hay dos efectos del lenguaje a destacar. Uno es la reproducción de los cuerpos.
La reproducción de los cuerpos es un efecto de lenguaje que conlleva una pérdida. Esto puede relacionarse con algo perdido a nivel del goce. Los sueños reproducen de diferentes maneras esa pérdida. Hay incluso una reproducción en los sueños de la imposibilidad de escribir la relación sexual, el tipo de real que esto implica; que no deja de remitir a la ‘Urverdrängung’ la ‘represión originaria’, de la que encontramos una suerte de expresión en lo que Freud llamó El ombligo del sueño.
Es interesante considerar que los síntomas de lecto-escritura se producen a nivel de la ‘escritura ligada’. Es decir, del trazo o los trazos que ponen en juego la unión al mismo tiempo que la necesidad de la separación. Justamente es esto último, la separación de las palabras lo que el niño no logra realizar con éxito. El mismo niño puede no tener dificultad con la escritura en letra de imprenta.
El inconsciente interpreta la escritura ligada como unión sexual. No sólo representa la unión sexual, sino que comporta a sí mismo el secreto de una cifra, de una cifra de goce. En el sentido de la escena primaria sino del secreto de una cifra que es la cifra de lo que une a eso que ustedes llaman los padres, no lo digo con ninguna intención peyorativa sino quiero decir que para cada cual los padres son una cifra lo que constituye su unión es una cifra que va a hacer síntoma en el producto de esa unión.
En general no siempre, y más bien raras veces, se puede decir que alguien sea hijo de lo mejor que unió a los padres. Por eso suelo decir un poco en chiste que el problema no son los desacuerdos de los padres, el problema es más bien el acuerdo fundamental de los padres que es por supuesto algo completamente inconsciente para ellos mismos pero que hace al inconsciente de cada uno. No solo de cada uno de los padres sino de cada uno. El hecho de nacer dá lugar a una existencia porque en el nacer se juega una pérdida. Una pérdida que va a dar su sentido a otras pérdidas del cuerpo en relación con las cuales se constituyen los síntomas.
El otro efecto del lenguaje -dije que había dos- es el escrito. Es decir, un efecto es la reproducción y el otro efecto es el escrito. Hay una correlación entre estos dos efectos. Entre el escrito y el síntoma y entre la reproducción y el fantasma. El síntoma es legible, es la coordenada del fracaso del goce, y la reproducción consecuente y la escritura en el cuerpo que constituye algo que podemos considerar una forma invertida del nombre propio.
Vayamos ahora al “grama” con la gramática y Lacan considera a la gramática como lo que revela lo que hay en el lenguaje de la función del escrito en el fantasma y responde a esa lógica la de la estructura gramatical y lo hace, por ejemplo, con una frase impersonal como “Pegan a un niño”. Es decir, se debe a una frase y esa frase es una gramática. El fantasma, entonces, es revelador de la función de la autoridad en la gramática. Creo que no existe gramática en la historia de las gramáticas a la que no venga adosada una moral. Podemos nombrar la de Port Royal o la gramática del Asentimiento del Cardenal Newman. Es inconcebible una gramática que no conlleve una moral. Es decir, hay leyes allí, -las de la gramática- que rigen y organizan la constitución de un fantasma, -como decía-, el sujeto es portavoz de este impersonal, que hace a su dogma.
Cuando un texto es dogmatizado se vuelve religioso, la letra adquiere así una función literal. Esta literalidad suspende la función de la enunciación, suspende el lugar de la enunciación que concierne al objeto perdido. El caso de El hombre de las ratas es ilustrativo a este respecto, el paciente de Freud recibe una orden y cree que debe cumplirla literalmente, no hay de hecho ninguna posibilidad de llegar a cumplir una acción si se mantiene la literalidad, lo que paradójicamente comporta un desconocimiento de la letra, una incapacidad de leer, de lectura.
Un texto es una estofa, y como tal, una superficie que puede cortarse. Esa función del corte es en este sentido la más estilizada función de la lectura. Es la revelación, pero la revelación de lo que es la estructura, la revelación de lo que en esta superficie es un agujero.
En este sentido Lacan dice: “La letra hace litoral”, en el sentido de hacer borde a lo que es un agujero en el Saber, es decir, en eso que le falta a la Verdad para ser Toda, en eso que hará que nunca lo que es de la verdad pueda ser dicho en términos de ‘una verdad verdadera’, por eso esta función de la letra de hacer borde es ya una función “terrenal” de la letra. Esto hace que Lacan escriba ese texto que se llama litura-terre lo que ya nos introduce en nuevas cuestiones.
Para terminar, diré que si es cierto que el analista se autoriza a partir de ‘él mismo y con algunos otros’ también lo es el hecho de que una vez que un sujeto se ubica en esta posición, e incluso a partir de ese hecho, tiene que saber que la autorización a la interpretación proviene del discurso del analizante. Es así que el analista no puede en este sentido intervenir si la transferencia del analizante no lo permite, o bien hasta que la transferencia del analizante lo permita.