Este film documental de la directora israelí incursiona en la transformación del hebreo como lengua sagrada de las Escrituras, a lengua hablada, a través de entrevistas a judíos israelíes. El film compone una trilogía con “De una lengua a otra” y “Traducir”.

Esta transformación del hebreo se operó a fines del siglo XIX en Palestina, provincia otomana. Es necesario precisar de entrada que una lengua sagrada o lengua muerta se practica en los ritos o liturgias, en razón de conservar las tradiciones y sus jerarquías. Esta lengua se aprende pasada la infancia, por lo que nunca puede ser una lengua materna. Es aprovechable introducir aquí cómo, en el Seminario XII, “Problemas Cruciales del Psicoanálisis, clase 15, Lacan recupera el valor de las lenguas muertas: “Una lengua muerta no es en absoluto una lengua con la que no se pueda hacer nada, como lo prueba la experiencia”. El Latín como lengua muerta en el período de la escolástica dio lugar a muy buenos lógicos, doctores de la iglesia, teólogos, etc. Pero esta referencia se dá en el marco de un trabajo sobre la lógica del significante y el nombre propio, en el que Lacan se apoya en la diferencia aristotélica (De la interpretación, La Poética) en términos de oposición entre σνσμα (onoma) y ρησις (rhesis), es decir, la función de la nominación como opuesta a la de la enunciación de la frase, ya sea proposicional, relacional o predicativa. “De esas dos grandes funciones conviene partir para ubicarse respecto a todo lo que se dijo después y que no data ni de Saussure, ni de Troubetzkoy, ni de Jakobson…” Ahora bien, Lacan precisa:  “La ρησις funciona admirablemente en una lengua muerta, pero no la nominación σνσμα”. Cómo, entonces introducir nuevas nominaciones en una lengua muerta que se inscriban en la lengua. Incluso Lacan bromea sobre el Concilio Vaticano II (1962-1965) que fue hablado en Latín y se pregunta cómo se referían al “autobus” o al “café de la esquina”.  

Dante Alighieri (1265-1321) resuelve esta oposición entre σνσμα y ρησις en “De vulgari eloquentia”, (Sobre la lengua vulgar) escrito en perfecto Latín, es retomado por Lacan en distintas clases del citado Seminario. Dante decide abandonar la lengua sagrada y sus coerciones por la lengua vulgar para resolver la cuestión de la escritura literaria; su “lingua grammatica” que selecciona como la lengua toscana de entre catorce dialectos de la península itálica y con ella escribe “La divina comedia”. Dante busca la unidad lingüística y formula un ideal unitario de la lengua italiana. El dialecto toscano efectivamente ha devenido la base del italiano actual. Esta operación, -o mejor un acto-, de “De vulgari eloquentia”, sólo por tratarse de un poeta  resuelve el problema de la apropiación de un instrumento lingüístico, y la adecuación de la forma fonemática que toma la palabra vulgar en el intercambio entre el significante y el significado. Un acto se lee en las consecuencias y Lacan se pregunta en el Seminario XV, El acto psicoanalítico “¿…qué hay del acto en la poesía?”

Sin duda, es una innovación el hecho de que se ocupe en la lengua sagrada de la lengua vulgar, dándole la misma dignidad que tenía el Latín. Palabras que se consideraban indignas en “De vulgari eloquentia” se incluyen sin limitaciones éticas o estéticas en “La Divina comedia”. “Con la ayuda del Verbo celestial, procuraremos ser útiles a los que hablan la lengua vulgar…” “…llamamos lengua vulgar a la lengua que aprendemos sin regla alguna, imitando a nuestra nodriza” (Libro I).

Lacan se refiere a este escrito de Dante:  “…manifestó el más vivo sentido del carácter primero y primitivo del lenguaje, del lenguaje materno, oponiéndolo a todo lo que en su época era apego, retorno obstinado a un lenguaje erudito y para decirlo todo, prelación de la lógica sobre el lenguaje.”

En el film “Lengua sagrada, lengua hablada”, su directora Nurith Aviv, prologa en off, una serie de comentarios de los que sólo voy a extraer su referencia a Eliezer Ben-Yehuda: “Recordando un sueño que había tenido en Paris en 1879, Eliezer Perlman, el futuro Ben-Yehuda, escribió: “Era medianoche, después de leer en los diarios sobre los búlgaros y su liberación venidera, oí que una extraña voz interior me decía: “Deja que Israel y el idioma renazca en la tierra ancestral”. Aquí, algunos pocos elementos históricos se vuelven necesarios a estas consideraciones. Eliezer Ben-Yehuda (1858-1922) es considerado el padre del hebreo moderno, el operador del paso de la lengua sagrada a la lengua hablada. Nacido en Lituania, Rusia zarista, y criado como judío ortodoxo, es sin embargo, orientado por su maestro, en su juventud, hacia el estudio de las lenguas y el pensamiento libre no religioso.

Efectivamente, la guerra ruso-turca (1877-1878) en la que el triunfo ruso liberó a los búlgaros del dominio turco, junto a la percepción de la necesidad de resolver las distintas persecuciones, y restricciones antisemitas (políticas, legales, culturales, universitarias, pogroms, etc.) en toda la extensión europea y asiática  durante el siglo XIX, como la necesidad de reducir la asimilación de los judíos a otras culturas, despertó su idea de la unificación de los judíos en su lengua sagrada ancestral y en el territorio de la Biblia, constituyendo un germen temprano del movimiento sionista europeo. Al respecto, Leo Strauss en “Liberalismo antiguo y moderno” se refiere a esto: “Había que entenderlo en términos meramente humanos: como un problema puramente político que, como tal, no podía resolverse apelando a la Justicia o a la generosidad de otras naciones”…”En consecuencia el sionismo político se ocupó, en primer lugar, nada más que de liberar a los judíos de la degradación milenaria o de recuperar la dignidad, el honor o el orgullo judíos.”

Ben-Yehuda emigró con su esposa a la Palestina turca en 1881. Puso en práctica con su mujer el ejercicio de la lengua hebrea, de manera que ya al nacimiento de su hijo, este devino el primer judío en tiempos modernos en tener el hebreo como lengua materna. Desplegó una intensa actividad en Palestina que transcurrió por la escritura de diversos trabajos sobre la lengua y su proyecto nacionalista, la enseñanza activa del hebreo para el que acuñó nuevas palabras para objetos y verbos inexistentes en la Biblia, y la creación del primer “Diccionario completo de hebreo antiguo y moderno”. Este diccionario enumera todas las palabras utilizadas en la literatura hebrea desde Abraham hasta los tiempos modernos, evitando escrupulosamente las palabras arameas y otras influencias extranjeras que habían entrado en el hebreo bíblico y en la Mishná. Además, creó la “Academia de la Lengua Hebrea” y editó un periódico semanal en el nuevo hebreo, donde informaba sobre diversas noticias mundiales y culturales. Todo este movimiento padeció de consecuencias dramáticas para Ben-Yehuda ya que contó con el rechazo radical de la comunidad religiosa de Palestina que le decretó el “kherem”, la excomunión que se le aplicó a Spinoza en 1656. Incluso, fué denunciado por los mismos religiosos ante la autoridad turca como agente subversivo y condenado a un año de prisión, de la que fué liberado por el reclamo de distintas instituciones internacionales. Deportado por los turcos en la Primera Guerra Mundial como “ciudadano enemigo”, retorna en 1919 y logra al año siguiente que el Alto Comisionado británico de Palestina declare al hebreo como uno de los tres idiomas oficiales del nuevo Mandato inglés.

Lacan se refiere al sentido de los actos revolucionarios en su Seminario “El acto psicoanalítico” a propósito de Lenín en tanto, más allá del objetivo trazado y su eficacia política, el acto revolucionario determina algo diferente que es “suscitar un nuevo deseo”.  Hasta Ben-Yehuda, los judíos de la diáspora en el siglo XIX hablaban las lenguas locales mezcladas con términos hebreos, o el ydisch. En Jerusalén hablaban ydisch, francés o árabe. El hebreo se habló en Judea hasta el año 200 D.C.

Esta política de la lengua, en la que hablar el hebreo “ya es política”, efectivamente suscitó el deseo de practicarlo en su dimensión nacional. Ahora bien, el violento rechazo de los religiosos debe ser considerado con atención. No me ha sido posible conseguir aún el texto de su excomunión, como sí tenemos el de Spinoza. Es un reduccionismo fácil explicarlo por una disputa política de poder hegemónico, y acusar a los religiosos de fundamentalistas.

Este sionismo en germen es no religioso, pero gira alrededor de un núcleo problemático en sí que es el paso político de la lengua que es “efectivamente sagrada” a la lengua hablada.

Esta lengua sagrada, al decir de George Steiner en “Un prefacio a la biblia hebrea” (1996):  “No hay otro libro como este. Todos los demás están habitados por el murmullo de ese manantial lejano…” “Este impropiamente denominado Antiguo Testamento…”,  “…cuando me sitúo frente al autor o autores de los discursos de Dios…”, “…los pronunciamientos de Yahvé están ya realizados en el instante de su enunciación”. “¿Quién es Darwin, quién es Freud para alzar su voz por encima de la que sale de la zarza ardiente?”.Podemos decir que para un religioso, ¿quién es Eliezer Ben-Yehuda y su propósito sionista para agenciarse de la σνσμα palabra de Yahvé? Toda nominación es siempre “memorial del acto de la nominación” (Lacan), y ya el “Cratilo, o la exactitud de las palabras” de Platón designa al actor necesario que es el “demiurgo onomaton”, el artífice de la nominación. George Steiner subraya, todavía, que el texto de la Torá, el canon bíblico, sustituyó al Templo destruido: “En la dispersión, el texto es la patria.”