Reseña de La siesta de M. Andesmas de Marguerite Duras
Por Graciela Zagarese

Leer a Marguerite Duras es acercarnos a una escritura que se (y nos) interroga acerca de la relación entre la angustia y el deseo. En esta novela, como en otras, su cadencia y su ritmo tan particulares crean un tiempo que se eterniza cada vez y un espacio que siendo el mismo se torna diferente. Resulta imposible no reconocer su trazo cuando se la lee.

Amalia Gamoneda, que ha realizado el prólogo y la traducción de esta novela, nos dice que: “Traducir es entregar la propia lengua a un pensamiento ajeno”. En esa misma vía puedo decir que reseñar un libro es adentrarse en él, en las palabras de su autor, para dejarse tocar por la vibración de su pluma.

Marguerite Duras nace en Gia Dinh, Vietnam, el 4 de abril de 1.914 y fallece en Paris el 3 de marzo de 1.996. Colaboró en Paris con la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, razón por la cual fue deportada a Alemania. Desplegó su actividad en el campo periodístico, el teatro, la novela y el cine. Escribió y dirigió películas y obras teatrales. Inicialmente formó parte del neoliberalismo de posguerra y fue afín al existencialismo de Jean Paul Sartre y Albert Camus y más tarde a los postulados del Nouveau roman de Alain Robbe Grillet.

Sus temas principales siempre giraron en torno al amor, el sexo, la soledad y la muerte. Su vida y su obra se entraman indisolublemente. Muchas de sus obras recibieron la marca de su paso en la adolescencia por la indochina francesa. Sus novelas suelen ser cortas. Su escritura se halla impregnada de vivencias difíciles de traducir al registro simbólico. Es una escritura preñada de silencios, inarticulación, tristeza, cambios imperceptibles de estados emocionales, corporales, de frases cortas centradas en pequeños detalles que dan un ritmo lento, que transmiten una disposición de ánimo.

Esta novela, La siesta de M. Andesmas, fue publicada por primera vez en 1960 como: L´ aprés- midi de monsieur Andesmas (La tarde de M. Andesmas). En ella, a diferencia de otras de sus obras, el personaje principal es un hombre mayor, lo cual da un color muy particular a la trama. Se despliega a la hora de la siesta en un espacio determinado, fijo, una terraza desde la que se divisa la llanura y el pueblo. Es desde ese escenario, entre las cuatro y media y la caída del sol donde todo transcurre; allí, en ese lugar, en una interminable espera en la que la certeza no se hace presente.

M. Andesmas le ha comprado una casa a su hija Valérie y aguarda la llegada del contratista encargado de construir la terraza. La aparición de un perro rojo, pequeño, nos zambulle en la historia. “Aunque había salido del camino con paso vivo, el perro se hizo el remolón bordeando el precipicio. Olió la luz gris que cubría la llanura….tardó en ver al hombre que estaba sentado ante la casa, la única casa que se encontraba en su recorrido desde los caseríos de la otra vertiente y que miraba también hacia ese mismo espacio de luz”. Un narrador externo y los pensamientos de M. Andesmas se intrincan oportunamente atrapando al lector. El relato, a veces en pasado otras en presente, hace que la atención de brincos para seguir la historia.

Es la primera vez que el anciano ve la casa que le ha comprado a su hija. Ella lo ha llevado hasta allí y se ha marchado para volver a buscarlo. “En medio del calor del camino ella se había puesto a tararear: Cuando las lilas florezcan amor mío.” En ese tiempo, en esa inmensa quietud donde parece no acontecer mucho, infinidad de cosas van sucediendo. Desde ese lugar donde ha logrado con dificultad acomodar su gastado y robusto cuerpo en el sillón de mimbre comienza su espera. Una espera poblada de elementos que hablan de una rica vida interior.

“Había atravesado como una corriente de color el espacio gris del vuelo de los pájaros”. Andesmas miró el reloj, “Michel Arc había empezado a acumular retraso”. El baile y la música que en la plaza se despliega comienza a hacerse oír: se escucha, a lo lejos, como una letanía, la frase tarareada por Valérie: “Cuando las lilas florezcan, amor mío..”. Tanto el “acumular retraso” como la reiteración de la frase mencionada dan cuenta de esa temporalidad detenida creada por la escritura de Duras.

Dos visitas vienen a traer noticias, a calmar la inquietud de M. Andesmas; la pequeña hija del contratista y en otro momento la mujer. Andesmas sólo escucha la voz de la niña. Esta niña que en sus idas y vueltas por el lugar lo hacían encontrarse con la  inmensidad de su abandono. En una quietud activa, quietud en la que su edad lo había ubicado.

“M. Andesmas ni siquiera miraba los árboles que participaban también tan inocentemente de esa misma suerte inconcebible de existir esa tarde…. esa tarde que equivalía a la única certeza que había tenido en su vida.” En ese tiempo infinito que parece no poder consumirse se hace presente la mujer de Michel Arc. Llega desapercibidamente. La mujer viene a traer noticias de la tardanza, encontrando en el anciano el lugar donde abrir sus sentires más profundos. Él mientras la escucha empieza a desempolvar recuerdos: “le llega el olor de un vestido de verano y de los cabellos sueltos de una mujer”. Por instantes logra olvidarse de la pesadez de su cuerpo para arrullarse en un sentir que lo traslada a tiempos distantes, a muchas auroras del momento en que se encuentra. Ella no puede dejar de contar. Él no puede dejar de escucharla. De acuerdo con el narrador: “La imposibilidad total en la que se encuentra M. Andesmas de encontrar algo que hacer o que decir capaz de atenuar aunque sólo sea un segundo la crueldad de este delirio de escucha, esta imposibilidad misma, le encadena a esta mujer”. En determinado momento vuelve a escucharse la canción, “descompuesta por la distancia… los dos  escuchan con una sola intención la ahogada dulzura de ese canto”. Es allí cuando Andesmas empieza a sentir que ha salido de una siesta que ha durado años.

Podemos decir desde nuestro campo que es el deseo, que la presencia de esta mujer reaviva en el anciano ese deseo que parecía sofocado en él desde hacía ya mucho tiempo. Lacan nos enseña que una pequeña liberación de angustia se produce cada vez que se trata del deseo del sujeto y que esa angustia es la relación de sostén respecto del deseo allí donde el objeto falta. De ahí que, invirtiendo los términos, el deseo es un remedio para la angustia. Esta obra como muchas otras de la autora ilumina ciertas enseñanzas psicoanalíticas. La sensibilidad, profundidad y agudeza de su escritura nos permite servirnos de ella.

Nos dice Lacan refiriéndose a la artista en “Un homenaje a Marguerite Duras” *: “la única ventaja que un analista tiene derecho a saber de su posición, incluso si ésta le fuera reconocida como tal, es la de recordar con Freud que en su materia, el artista siempre le precede, y que, así pues, no tiene por qué  hacer de psicólogo allí donde el artista le facilita el camino. Que la práctica de la letra converja con el uso del inconsciente es de todo lo que daré testimonio rindiéndole homenaje.” En este sentido, la propuesta de esta reseña ha sido señalar algunos aspectos del texto de Duras que permiten iluminar interrogantes planteados en la tarea psicoanalítica sin que ello implique hacer psicología de la obra literaria.              


Jaques Lacan, Seminario 8, La transferencia, capitulo 25, «La angustia en su relación con el deseo”.

*En 1965 en los Cuadernos Renault Barrault escribe en un texto: Homenaje a Margueritte Duras, por el arrobamiento de Lol. V. Stein, publicado en Otros Escritos.