Por Analía Freiberg
No es sorpresa para los lectores de Jean Claude Milner si ubico que en su obra “La política de las cosas” constata que “la Europa de hoy día no es lugar para los seres hablantes”. Bastante cercano a lo que acontece en nuestros pagos, “el gobierno de las cosas ofrece efectivamente grandes ventajas a quien quiere imponer el silencio. Dispensa de toda política”. ¿Será eso posible? Lo que se puede afirmar como un hecho, siguiendo la lógica del texto, “la mentira es que las cosas hablen”, confundiendo la función de la palabra con lo que se extrae de “cuestionarios, manuales de estadística para principiantes, reglamentos inextricables, léxicos artificiales y sintaxis mezquinas, jirones de pidgin, así se compone, a la manera de Arcimboldo, la figura del experto, indefinidamente variada e indefinidamente monótona”.
Me detengo en Arcimboldo, que tal como queda presentado en esta versión milneriana, me remite a una botica, en el sentido de haber o tener gran surtido de cosas diversas. Por unos cuantos meses, me apoyé en esta versión casi con cierto desdén por su obra, hasta que con sorpresa encontré un libro de Roland Barthes, “Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces”, en el que le dedica un capítulo: “Arcimboldo o el retórico y el mago”
No sin pudor, me permito disentir con Milner en su lectura y acercar a Arcimboldo en una máxima convicción a la política que al psicoanálisis le interesa.
¿Quién fue Giuseppe Arcimboldo? (1527 – 1593) Pintor italiano conocido por sus representaciones manieristas del rostro humano. Practicante de un proceso cercano a la anamorfosis: deformación reversible de una imagen producida mediante un procedimiento óptico. No está de más recordar que el manierismo como período y estilo artístico de la última parte del Renacimiento, reaccionó contra el ideal de belleza clásico.
¿Qué releva Barthes de quien él llama “el mago”? ¿Cuál es su magia?
En términos freudianos se podría decir… su “witz”, su ocurrencia? es subversión manierista? Va una puntuación de la letra de Barthes.
“Oficialmente, Arcimboldo fue el retratista de Maximiliano. No obstante, su actividad excedió con mucho a la pintura: compuso blasones, armas ducales, cartones para vitrales, tapicerías, decoró órganos con marquetería y hasta propuso un método colorimétrico de transcripción musical, según el cual una melodía podía representarse por manchitas de color sobre un papel; pero ante todo fue un animador de cortes, un maestro de juegos: organizó y puso en escena divertimentos, inventó torneos. Sus cabezas compuestas, realizadas a lo largo de 25 años en la corte de los Emperadores de Alemania tenían, sobre todo, la función de juegos de salón. El juego de las familias, el juego del retrato; juegos pacientes de metáforas y metonimias.”
Barthes entra en el detalle de esa expresión artística de este modo: “Las estaciones es una serie de cuatro cuadros. Cada uno está constituido por un retrato de perfil, compuesto de objetos que recuerdan la estación, alusivos, sobrepuestos en sentido de una combinación simbólica con semejanza humana. En la figura del Otoño, el ojo consiste en una ciruela pequeña. En francés prune es ciruela; prunelle es a la vez el diminutivo de ciruela y el nombre de la pupila del ojo. Es como si Arcimboldo, a la manera de un poeta barroco, explotara las curiosidades de la lengua, jugara con la sinonimia y la homonimia. Su pintura tiene un trasfondo de lenguaje, su imaginación es poética: no crea signos, los combina, los permuta, los desvía.”
“Estas cabezas compuestas son cabezas que se descomponen. Muy a menudo, los efectos que en nosotros promueve el arte de Arcimboldo son repulsivos. Veamos el Invierno: esa seta entre los labios parece un órgano hipertrofiado, canceroso, horrible: veo el rostro de un hombre recién muerto, con una pera de angustia hundida en la boca hasta asfixiarlo…”
Señala con su observación el escritor el -de más-, hace una hipótesis sobre la exuberancia de las representaciones del pintor. “La carne arcimboldesca es siempre excesiva, bien por devastada, por despellejada, bien por inflada, aplastada o muerta. ¿Al menos la Primavera evoca una composición feliz? Sí, es cierto que la Primavera está tapizada de flores; pero podemos decir que Arcimboldo desmitifica la flor, exactamente en que no la toma al pie de la letra: escándalo lógico. Arcimboldo subvierte las clasificaciones. Este desequilibrio es el que produce la mayor extravagancia.”
Aunque diga… “Todo significa y, sin embargo, todo sorprende”…hace implicancia del sentido y en eso incluye la mirada del que participa, de la visión del Lector.
Define Barthes de este modo el estilo del pintor: “No por ser divertida esta opción deja de ser audaz, pues implica una relativización del espacio del sentido: al incluir la mirada del lector en la misma estructura de la tela, Arcimboldo pasa virtualmente de una pintura newtoniana, basada en la fijeza de los objetos representados, a un arte einsteiniano, según el cual el desplazamiento del observador forma parte del estatuto de la obra.”
Otra vez, ¿Por qué Arcimboldo?
Porque la versión que releva Barthes se volvió inquietante para mí, leyó en el estilo del pintor su intensidad, encontró un decir. Dista de la lectura que Milner plantea de la misma obra. Una estética que lejos del amontonamiento de formas, abombado, discontinuo, guarda una lógica. Y una estética. Una subversión manierista al modo del inconsciente freudiano. Palpita esa misma estofa.
A nosotros sólo nos queda, a cada quien, que estemos presentes en la decisión: Arcimboldo: ¿Boticario o mago?
¿Indefinida monotonía, al modo de una metonimia, o lleva la magia de la metáfora?
¿De qué lado está de la política: de las cosas o de los seres hablantes?
¿Nos está hablando?
10 julio, 2019 at 3:07 pm
Quedó buenísimo
Tu creatividad !!! Gracias
Me gustaMe gusta