TerrenalPor: Stella Maris Nieto
Terrenal. Pequeño misterio ácrata, de Mauricio Kartun, Biblioteca del Espectador, Editorial Atuel, octubre 2014, 96 páginas.
Obra estrenada en el Teatro del Pueblo, Buenos Aires, setiembre de 2014.

La tragedia continúa vigente en la modernidad; tan sólo ha cambiado su presentación.

Los héroes extraviados se someten a hazañas irrisorias, y el drama transcurre con ironía y humor convertido en una farsa.

Así, Mauricio Kartun, apela al mito de Caín y Abel, en su libro Terrenal, llevado al teatro.

Con una poética que en su dramaturgia contempla siempre el contexto político, sitúa a los personajes en el campo, condenado por el capitalismo salvaje.

Caín, productor morronero y acopiador de riquezas; y Abel, vendedor de carnada en las orillas.

Caín, amuralla y lotea, creando un campo de concentración al revés.

Abel, vagabundo y melancólico, gira sin pertenencias.

En una escena sobre la escena, ambos personajes parecen extraídos del teatro del absurdo, vestidos y maquillados como “el Gordo y el Flaco”.

Y finalmente, el Tata dios, que abandonó a sus hijos y se asoma en una mueca de impotencia. Un dios de imaginería y ausencia, naturaleza muerta que ni atisba el asesinato en ciernes.

En un arranque de celos y envidia, Caín mata a Abel a golpes, creyéndolo el preferido del Tata.

Pero Abel, melancólico vagabundo, que no se apropia de nada, es sólo su sombra, sin la que ya no podrá seguir.

En escena el odio al prójimo, ese goce íntimo, insoportable y próximo, que no es más que la sombra del sujeto a la que no osa aproximarse.

La envidia y los celos, que tan bien relevara San Agustín, y que dejan al descubierto los términos del fantasma: en los celos, el sujeto sustituido por el otro en su lugar, y en la envidia, el objeto, perdido, que ahora tiene el otro.

Nos ha presentado Kartun, la descomposición estructural de la escena contemporánea, donde la culpa neurótica busca en el reclamo de Caín, un castigo como desmentida de su acto.

Pero olvida que si Dios ha muerto, en él recae la responsabilidad de la ley de la palabra. Y es la palabra o la muerte, pues sin otro ya no hay posibilidad de que se lo escuche.

Es por la experiencia analítica que podemos extraernos del escepticismo y hastío de los tiempos que corren.

En esta versión literaria y teatral, la poética se muestra reveladora de una verdad que excluye toda chata explicación.