Ultimo lectorPor: Liliana Mabel Ganimi

Reseña de: El último lector, de Ricardo Piglia. Editorial Contemporánea, 1º edición en España, 2005 – 1° edición en Argentina, julio 2014, 176 páginas.

Avanzar en la lectura sin encontrar la relación que propone el autor entre el título y el recorrido es inquietante, expectante, y aunque no es un enigma mientras se lee, está sin dilucidar. La trama va en sentido diferente, abre el planteo hasta orientar la dimensión de una investigación que contradice lo que despierta el título. Cabe preguntarse si es la declaración de un final irreversible o es un anuncio concluyente de un desenlace, de qué terminación se trata. La respuesta llega promediando el libro, un capítulo dedicado a los rastros de una lectura que enriqueció a su lector. Ese contraste que hay en el trayecto tiene la presencia relevante de otros autores antes y después de la página 96, transmitiendo aquello que persiste de hace milenios, la proyección y los efectos de la palabra en la escritura y la lectura, casi de siempre, como si el lenguaje hubiese sido eterno, ellas suscitan y resuenan en cada quien lo propio, ese recorte señala la historia de la humanidad.

El trazo labra la expresión del hablante; la función del lector registra, práctica que hace del trazado escrito una lectura, el sujeto encuentra, construye en ese acto un nuevo texto, una autoría a firmar, producto de esa afirmación.

Guevara es el último lector”. La relación que mantuvo con la lectura ‘el hombre de acción’ lo acompañó toda su vida, el Che dijo: mis dos debilidades fundamentales son el tabaco y la lectura. Piglia nos cuenta qué llevaba en su mochila “no era ropa, era un harapiento, pesaba porque iban ahí sus libros. Al llegar buscaba un lugar para realizar su lectura; hay una foto en que esta subido a un árbol en medio de la desolación y la experiencia terrible de la guerrilla perseguida, fue a aislarse, está leyendo. Cuando se detiene a leer, se detiene a escribir”. Con esa reflexión observadora de las diferencias expresa una que tiene con Walter Benjamín extraída de su libro El Narrador, cuestiona un tipo de construcción del sentido que no está en la transmisión oral, “la lectura es un espejo de la experiencia, la define y le da forma…es la que modela y transmite la experiencia, en soledad. Si el narrador es el que transmite el sentido de la vida, el lector es el que busca el sentido de la experiencia perdida”. Parece haber ubicado desde qué ángulo mirarlo y entender con qué elementos se construyó a si mismo Guevara y qué lo definió, decisiones que no vaciló tomar, elecciones que no abandono como el libro, a pesar haber dejado mucho al costado de su camino: “Él busca la experiencia pura y persigue la literatura, pero encuentra la política, y la guerra. Entre la tensión de la vida política y la vida personal la lectura es la metáfora de esa diferencia. No hace literatura, o mejor, la hace de otra manera, sin afectación o con una diferente, escribe como habla su clase y en eso se parece a Lucio Mansilla”.

Específica, en la frase que eligió para despedirse de sus padres, “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga[i] al brazo, está diciendo, no es del quijotismo clásico sino el modo de ligar la lectura y la vida, encuentra en una escena leída un modelo ético, la forma pura de la experiencia”.

Piglia otorga un lugar y un valor hecho de escritura y lectura, sitio donde alojó al lector Ernesto Guevara. Homenaje que hace al escritor que quedó relegado por el hombre de acción, el que buscaba refugio en la lectura, el que siempre tenía a mano, un libro. Digo homenaje, tal vez admiración, no sabemos, sin embargo los otros tres autores elegidos en su interrogación; sobre la lectura, el libro y el lector; son exponentes que han marcado y dejado huella con su legado: Kafka, Tolstói, y Joyce, cada uno tiene su apartado tal como Ernesto Guevara.

Otro apartado es a los Lectores Imaginarios. “Una de las mayores representaciones modernas de la figura del lector es la del detective privado del género policial, no me refiero a la lectura en sentido alegórico, sino al acto de leer palabras impresas y descifrar signos escritos en un papel” es para el caso que cita a: Poe, Shakespeare, Doyle, Rodolfo Walsh, Raimond Chandler…y Sarmiento, “otro gran lector, un lector voraz, único, que leyó ‘Las Obras Completas de Walter Scott’ a razón de un volumen por día, así escribe el Facundo con la misma lógica que encontramos en los cuentos de Poe: la tensión entre el enigma y el monstruo…”

Los personajes delineados por esos autores son famosos, prestigiosos, e independientes a su creador como Dupin, Hamlet, Sherlock Holmes y Watson, Hamet, Marlowe. Él los investiga junto con otros escritores que elije para desentrañar el atractivo de la opacidad que posee el género, interroga con Borges, Roger Caillois, Foucault y el historiador Haycraft. La búsqueda que emprende es la de encontrar con qué clave descifrar lo que inscriben en su escritura, va de construyendo los ejes, dice “casi todos los personajes son buenos lectores, algunos de Flaubert, Eliot y Dostoievski como es Dupin, él mismo es una versión del poeta maldito, un solitario hombre de letras; así Marlowe resulta a su vez su encarnación modernizada”. A otros los envuelve la melancolía, la misoginia o el fracaso en el amor, sino el afán de aventura que enloquece como a don Quijote, o los desviados o perdidos en el interés por el dinero; todos ellos dice, van a la vía de no retorno. En otro nivel ubica la tensión de esa escritura en escenarios de ciudad, hay un carácter que está determinado por el contenido social con identidades que se pierden; hace una lectura de lo moderno con una cita de Walter Benjamín: “es la pérdida de las huellas de cada uno en la multitud de la gran ciudad”, en ese fondo-forma que no es posible hallar luz, nunca queda del todo claro lo indagado, y así es como la creencia, la ética y la verdad, en este género, caen bajo sospecha. Cierra el capítulo: “el hombre de acción parece haber borrado por completo la figura del lector, pero no es así, la figura persiste, sosegada e incómoda, en medio del empirismo generalizado que el relato policial adquiere en su inserción en los Estados Unidos, la plenitud es Marlowe”, en esto puede reconocerse que estas características se proyectan y atraviesan el tiempo.

Finalizando, este libro es de esos que uno va recortando frases y párrafos, queda mucho señalado, por las distinciones que hay en el contenido, por determinaciones que están expresadas, por lo que está suspendido sin decir, o es el lector quien concluye con sus apreciaciones, o es el autor el que deja a interpretación abierta una serie de inferencias. No es que falten precisiones, está hecho de eso, es su mayor caudal. Se destaca y es significativo el despliegue de conocimiento especializado sobre lo que abarca la temática sin embargo su lectura, no impide la del lector.

Kafka, Tolstói y Joyce tienen sus respectivos capítulos al igual que los anteriores: Ernesto Guevara, rastros de lectura y Lectores Imaginarios. Reciben estos autores la misma evaluación hecha con minuciosidad ante el rasgo, el detalle, y su estilo de escritura siendo ellos Grandes Escritores, clásicos de alto valor intelectual. Y con el mismo modo al utilizado también, se dedica a los protagonistas célebres de sus libros principales. Pues por estas particularidades tomé los otros desarrollos, los menos frecuentes de estar introducidos en una investigación que tiene este tipo de lineamiento. Parece que todo o casi todo estuvo bajo la lupa del autor, el que diseña con su observación la descripción del descifrador de signos entre palabras, es un lector, un labrador del lenguaje, así es Piglia.

Este libro lo elegí por la práctica de la FUNCION DEL LECTOR que consta en su materialidad, coincide con el propósito tal como venimos haciendo en este espacio donde la reseña hecha no es bibliográfica, ni literaria, tampoco académica, sino una lectura, es con esta modalidad que la escritura de un autor es leída con el interés de transmitir lo encontrado ahí. Lectura singular que en cada caso y para cada lector hace a la letra allí en su propia localidad, lugar de donde surge otro texto, diferente del que causó inquietud e interrogación, producción que lleva el registro del encuentro labrado, el hallazgo ahora tiene una nueva forma, es otro texto.

Esta reseña es un nuevo texto, trabajo del lector, es la lectura del que leí.

 “Hay otra claridad, otra oscuridad, se busca el sentido en otra parte. La figura del último lector es múltiple y metafórica. Sus rastros se pierden en la memoria…es un recorrido arbitrario por algunos modos de leer que están en mi recuerdo. Mi propia vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito.” R. P. 12 de enero de 2005.

[i] Adarga: nombre femenino, Escudo de cuero con forma ovalada o de corazón que sirve para defenderse, «don Quijote era un hidalgo caballero de los de adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor»