Por Victoria J. Moreno

Cuando Freud dejó Viena en 1938, confió los manuscritos originales de las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena a Paul Federn. Federn siguió a Freud y se llevó las actas con él, lo cual hizo que sintiese muchísima responsabilidad no solo por esos papeles que llevaba consigo sino respecto al psicoanálisis y al porvenir de aquello ahí asentado.

Es más, dejó estipulado en su testamento, como último deseo que se publicaran los manuscritos tras su muerte, con lo cual Herman Nunberg y Ernst Federn fueron encomendados a emprender semejante tarea. 

Las reuniones se iniciaron en 1902 como las Reuniones Psicológicas de los miércoles en el propio departamento de Freud, posteriormente se las conoció como Reuniones de los miércoles, y también luego cambió el lugar, pasaron a realizarse en el Doktoren Collegium.

Así como durante un tiempo Wilhem Fliess era con quien Freud intercambiaba sus ideas, cuando esa relación se interrumpió el Grupo de los Miércoles pasó a ser su caja de resonancia, unos con quienes esa “Splendid Isolation”, se quebraba. Había hombres en busca de ideas, en busca de un líder, y por otro lado había un hombre solitario que venía realizando importantes descubrimientos. Esta tensión entre unos y otros siempre existiría.

En estas reuniones, discutían cuestiones que tenían que ver con el psicoanálisis, pero también comentaban sobre sus problemas personales, “revelaron sus conflictos internos, confesaron sus actos masturbatorios, sus fantasías y sus reminiscencias sobre padres, amigos, esposas e hijos”.[1]

Después de cada reunión, los miembros tomaban en préstamo los protocolos de las reuniones, se los llevaban, los estudiaban y luego los devolvían. Había un trabajo posterior a la reunión, que continuaba con aquello que había comenzado. 

Este libro solo contiene las Actas que se realizaron entre los años 1906 y 1908, lo cual produjo que se asentaran 53 “Reuniones científicas”, como se decidió nombrarlas por los editores.

En estas reuniones diferentes miembros iban presentando cuestiones en las que venían trabajando e iban a publicar o simplemente ideas e hipótesis que estaban desarrollando, pero la magia sucedia después. Se escuchaban los trabajos y luego cada cual comentaba que le había parecido, con que asentia o no.

¿Por qué la magia? Todos opinaban, pero todos esperaban cuál era la opinión de Freud, es más hay registros de la felicidad o alegría que sentía el expositor cuando Freud tomaba como posible o relevante alguna de esas ideas que estaban germinando. Por ejemplo: “Meisl se siente muy feliz de ver que Freud admite la posibilidad de un componente asexual en el instinto de conservacion de la especie”.[2]

En otras oportunidades, luego de tomar asistencia se comunicaban cuestiones que tienen que saber todos los miembros, por ejemplo: futuras publicaciones, invitaciones a presentar trabajos en determinados lugares o  pedidos de interesados a conformar la Sociedad, es decir solicitudes de aceptación como miembros.

Leer este volumen tiene el encanto de ir viendo, leyendo lo dificultoso y trabajoso que ha sido reconocer aquello que Freud tenía para decir, no solo se le había ocurrido a él, sino, que necesitaba de los otros para poder transmitirlo y poder seguir avanzando.

Por ejemplo, durante dos reuniones, Freud se dedicó a presentar ante los miembros un trabajo de Paul Moebius, quien había sido un neurólogo y psiquiatra alemán, quien ya había fallecido al momento de la exposición. Su obra se llamó: “La desesperanza de toda psicología”. Luego de la presentación se abre el debate, cada cual expresa que opina sobre la lectura que Freud hizo de la obra del neurólogo y psiquiatra alemán. Freud responde, uno por vez, a cada participante de la discusión. Los hilos transferenciales van hacia un lado y hacia el otro, Freud opina que Stekel, sobreestima los méritos de Freud con tal de mostrar su desacuerdo con la obra de Moebius, donde Freud mismo indica que “…ni él mismo ni ningún otro ha encarado todavía en su totalidad el problema del recuerdo y el olvido”. Interesante la posición de Freud, a él también le faltaba recorrido por hacer, su posición respecto del saber es clara: “ni el mismo ni ningún otro”, hay un lugar vacío que tiene una función de causa en su posición.

Esa misma noche, continúa el debate, hasta que en un momento Freud dice que él no considera que el hecho que Moebius pase por alto sus doctrinas implique la intención voluntaria de ocultar que conocía su obra, sino que Moebius no tomó posición respecto del movimiento psicoanalítico en su conjunto.

¡Contundente la lectura de Freud! No es una cuestión de voluntad; querer o no querer…es decidir. Esta escena, sucedió el día 27 de febrero de 1907. Es una posición que habla de otro tiempo, muy otro tiempo que ese medible con el reloj.

Es decir, no es una posición que solo tiene que ver con el 1900 sino que tiene que ver con los tiempos de cada quien en la práctica de este discurso, la posición de cada cual frente a lo que lee, opina, discute, presenta respecto a la transmisión del psicoanálisis.

¿Qué quiere decir Freud con “no tomó posición respecto del movimiento psicoanalítico en su conjunto?”

Paul Moebius, pensó sólo en él y su teoría, no pudo pensar con los otros y en el  por-venir.

La lectura de este libro, si hay algo que habilita es a poder ver esos movimientos que algunos han podido hacer, que otros no lo han decidido, que algunos descubrieron que solo con otros se puede avanzar y hacer, del psicoanálisis, un discurso entendido como un lazo social.


[1] Nunberg, Herman y Federn Ernst, Las reuniones de los miércoles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Tomo 1, página 13. Ediciones Nueva Visión,1979

[2] Nunberg, Herman y Federn Ernst, Las reuniones de los miércoles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Tomo 1.Reunión Número 10.. Ediciones Nueva Visión,1979