«La densa selva de palabras envuelve sólidamente lo que siento y vivo, 
y transforma todo lo que soy en algo mío que está fuera de mí.»
Agua Viva

Por Marcela Ramunni

Entrar en librerías, perderme en el recorrido de tantos escritos y enredarme en el laberinto de sentidos y sin sentidos que proponen los libros, es un encuentro al que de tanto en tanto voy en búsqueda.

Hace algunos años atrás, en ese “perderme”, me acerqué a una nueva librería de mi barrio. Allí me enteré de la presentación que se llevaría a cabo en pocos días de un libro que recopilaba la traducción de las correspondencias de Clarice Lispector durante su exilio. 

Acudí a la cita, presenciando y adquiriendo el libro EN ESTADO DE VIAJE en el Fondo de Cultura Económica. Gran parte de estas correspondencias no se conocían en castellano hasta esta publicación. El título del libro, ya nos anticipa la especial situación temporal en la que transitó.

Lispector es una autora que hace ya mucho tiempo, sin sospecharlo, me introdujo en un nuevo mundo de lecturas y sonoridades. Adentrarse y dejarse tomar por su obra es un galopar por el laberinto del lenguaje, llegar a la extensión y a los límites del decir. Por momentos bajo la sensación de no comprender y justamente a eso nos invita, a despojarnos de sentidos previos, concisos, antepuestos, cerrados. La forma de una transmisión convencional estalla en su letra.  Coquetea, juega, brinca con el agujero del lenguaje y moviéndose en las orillas del enigma produce un borde con su escritura.

“… ya que se ha de escribir, que al menos no se aplasten con palabras las entrelíneas”. La legión extranjera.

Tal vez no precise presentación, pero algunos datos sobre ella hacen a mi escrito.

Chaya Pinkhasovna Lispector nació en Chechelnik, Ucrania, el 10 de diciembre de 1920. Toda la familia huyó de los antijudíos del entonces Imperio Ruso, primero a lo que en la actualidad es Moldavia y Rumanía y más tarde, en 1922 a Brasil, a la ciudad de Maceió, donde adquirió el nombre portugués de Clarice. Cuando tenía 14 años se mudó a Río de Janeiro, ciudad a la que retornó después de un periplo de quince años (1944-1959) en el exterior. Sobre ese “estado” transita su correspondencia.

Lispector murió un día antes de cumplir cincuenta y siete años, en 1977, en el Hospital Lagoa de Río de Janeiro a causa de un cáncer de ovario.

Habían transcurrido casi dos décadas desde su retorno definitivo a Brasil, luego de transitar por el extranjero acompañando a su marido, el diplomático Maury Gurgel Valente, con el cual tuvo dos hijos.

El primer destino fue Nápoles, luego se sucederían, Berna, Torquay y Washington, donde iban a residir desde 1952 hasta la separación de la pareja en 1959.

Retomando el libro citado, previo al largo «exilio», encontramos también allí las dos breves cartas que le escribe al presidente Getúlio Vargas en 1942, para solicitarle, no sin insistencia y convencimiento la ciudadanía brasileña, su “derecho a ser brasileña”. Clarice no podría sentirse de otra latitud. Ella piensa, habla, escribe, sufre, sueña, ama en portugués, ella es intensamente brasileña. Ella habita con y en esa lengua.

Las correspondencias como señala su compilador Gonzalo Aguilar en el prólogo, podría resumirse en dos ejes: por un lado, la relación de Clarice con sus dos hermanas mayores, Elisa y Tania, por otro, con el escritor Fernando Sabino, amigo, interlocutor, editor de sus escritos, ¿el Fliess de Clarice?

Nos invita a sumergirnos en una narrativa intimista, entredichos que se enlazan y la hacen aparecer. Distancias y alejamientos en ese intercambio epistolar. Presencias, ausencias. Una necesariedad imperiosa de estar cerca estando lejos. Extiende su brazo con las letras en un intento de amarrarse a sus afectos, a su tierra. Saudades, muitas saudades…

Voy a detenerme en una sola de las cartas, la que le escribe a su amigo Fernando Sabino el 13/10/1946 desde Berna.

Como en una charla de café, Clarice comenta el sueño que Fernando le envía y dice: “ ..Tu sueño está muy bien escrito. No estoy diciendo “descripto”, porque por más bien descripto que estuviese no sería el original que es el sueño, sería de todos modos, descripto…”  y agrega “no quiero psicoanalizarlo”, a continuación, le escribe parte un sueño propio y le pide “no hagas psicoanálisis”.

Dos negaciones que afirman, sin duda, una presencia.

Ya a Freud, en su texto La Negación, le llamaba la atención el hecho de que:  …»un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condición de que se haga negar». Hacerse negar, voz activa de la pulsión.

Continúa relatando entrelineas que le comentaron sobre La araña de un escritor que “se queda pedaleando indefinidamente en el vacío”. Podemos deducir, dado la gran influencia que más tarde tendrá en ella, la referencia a Kafka.

Y la epístola prosigue…” Mi libro hace meses que está parado por falta de movimiento íntimo y éxtimo. Deseo por Dios despertar de este mal sueño que se está prolongando más de lo que puedo a veces soportar…” ( Meu livro, há meses, está parado por falta de movimento íntimo y éxtimo . Espero em Deus acordar deste mau sonho que está se prolongando mais do que posso às vezes suportar…)

Una vez más, su lectura produjo en mí un gran asombro y esta vez fue por leer que había utilizado un término que, dentro del discurso del psicoanálisis, se lo adjudicamos a Jacques Lacan. Un neologismo que aparece sólo dos veces en su obra para referirse a la Cosa o das Ding, en el Seminario de la Ética del Psicoanálisis (1959/60) y en el Seminario De un Otro al otro (1969).

Das Ding, lugar topológico de La Cosa, alojada en la más extraña intimidad del sujeto y que funda un campo operacional; ese elemento que el sujeto aísla como siendo de naturaleza extranjera, ajena, extraña, fremde.

En la carta, expresa “su “estado, esa ausencia que la atraviesa, esa falta del acto de escritura, ese acto que la hace sentir viva, que le permite que la vida sea más soportable.  Dirá de la función de escribir: “una maldición que salva” o “que es en la hora de escribir que muchas veces me vuelvo consciente que no sabía que sabía.».

Una falta de movimiento topológicamente aledaño al recorrido en una banda de Moebius que la detiene en su saber hacer dejándola “en tránsito”.

Ex-territorialidad, ex–timo, ex–tranjero, marca del ex-ilio, ¿Espacio foráneo que suspende su despertar? Quizás