Por Edith M. Fernández de Baggiani
“El misterio del mal” es un estudio-interpretación admirable que hace Giorgio Agamben sobre la abdicación del Papa Benedicto XVI el 10 de febrero de 2013, y de las motivaciones y consecuencias que subyacen a esta decisión. Conferencia que pronunció en Friburgo (Suiza) en 2012 en ocasión de recibir la distinción honoris causa en Teología, brinda un magistral análisis del seno de la Iglesia que hace extensivo a las democracias actuales.
El exhaustivo estudio de Agamben confluye en destacar dos principios que hacen a nuestra tradición ético-política: la legitimidad y la legalidad en las instituciones que nos rigen, y el significado político y religioso del tema mesiánico del fin de los tiempos, presente hoy como hace 20 siglos.
El análisis respecto de los temas de legitimidad y legalidad ha sido objeto de una reseña publicada en este espacio de Función del Lector por Stella Maris Nieto.
“El misterio del mal” convocó mi interés por el modo de investigación y las articulaciones lógicas y teológicas que hace el autor, sobre escritos de doctores de la Iglesia en torno a la cuestión del bien y del mal.
Legalidad y legitimidad se cruzan con la interpretación de la abdicación de Benedicto XVI, de la que Agamben hace una lectura interesante, atractiva y ajustada.
A poco de iniciar la lectura encontré la categorización de bien y mal, señalada su coexistencia en el seno de la Iglesia, lo cual en forma inmediata me evocó el enorme trabajo metapsicológico realizado por Freud en relación a las pulsiones y su formulación final de Pulsión de vida y Pulsión de muerte.
Según mi entender, el tema del bien y del mal -que articula con la actualidad- es el núcleo de la lectura que hace Agamben. Hilvana gestos y teorías de notables de la Iglesia, remontándose a épocas anteriores a Cristo, a la estirpe de Abraham y situándolos en un contexto teológico y eclesiológico.
El 4-7-2009 Benedicto XVI deposita sobre la tumba de Celestino V el palio que recibiera en el momento de su investidura. Celestino V, papa que había abdicado en el siglo V, fundamenta su abdicación en “debilidad del cuerpo”, casi en los mismos términos en que siglos después lo haría Benedicto hablando de disminución de “vigor del cuerpo”. Celestino fue muy criticado por su renuncia; hasta el Dante, que vivió en la misma época que él, lo coloca en el Infierno en su Divina Comedia. Ningún papa volvería a dimitir hasta Benedicto. Pero las verdaderas causas deben buscarse en los fraudes y en simonías[i] de la corte, del Vaticano.
En 1956 el joven teólogo Joseph Ratzinger (luego Benedicto), publica “Observaciones sobre el concepto de Iglesia en el Liber regularum de Ticonio”. Este último, escritor de origen africano del siglo IV- sin el cual San Agustín no hubiese escrito su obra maestra “La ciudad de Dios”- fue un docto de la Iglesia Católica. Se destacan dos reglas formuladas por Ticonio, en donde habla del cuerpo bipartito de la Iglesia. La Iglesia tiene dos lados, (…) uno culpable y otro bendito que constituyen un único cuerpo; Ticonio considera la dualidad ya en los hijos de Abraham y de Jacob.
Esta tesis radical según Ratzinger, divide y une a una Iglesia Negra, que forma el cuerpo de satanás y de los malvados, con una Iglesia de los justos, compuesta por los fieles a Cristo. Están juntas, intrincadas, la Iglesia de Cristo y la Iglesia del Anticristo. “(…) el Anticristo pertenece a la Iglesia, crece en ella y con ella hasta la gran discessio”. (Separación de las dos Iglesias).
Se alude a una epístola de Pablo donde éste último sostiene una profecía sobre el fin de los tiempos: la 2° venida de Cristo donde se cumplirá la separación de las dos Iglesia. Este tema teológico planteado como cuerpo bipartito de la Iglesia, produjo una resonancia que, como dije, me condujo al tema pulsional.
Esto es apenas una breve puntuación de un texto de compleja trama eclesiológica que brinda Giorgio Agamben. Me importa subrayar que el gesto de Benedicto XVI, gesto al que le atribuimos categoría de acto, permite poner la atención en el tema de la justicia y legitimidad en nuestra sociedad. Un acto que resulta de importancia para un análisis de las democracias actuales, porque proviniendo del jefe de la Iglesia viene a poner en cuestión la legitimidad de la misma.
La repetición de un acto, el de la abdicación, y los avatares de una Iglesia “bipartita” con que insiste este texto de Agamben, se me impusieron articulados con la metapsicología freudiana de “Más allá del principio del Placer” (1920), donde la pulsión se entrama con la “compulsión de repetición”. Freud, en un contexto biológico, enmarca la pulsión en un Principio de Placer que puede ser sobrepasado arribando a un más allá… La compulsión de repetición tiene un poder tal como para hacer caso omiso a ese Principio. Y postula en su 2° tópica la dicotomía entre Eros y Pulsión de muerte, que muy generalmente se realiza bajo una forma inadvertida.
Pero Lacan al pasar del predominio de lo Simbólico a la supremacía de lo Real, encuentra en el objeto “a” el objeto de goce. Así modela una teoría de las pulsiones sobre la estructura del lenguaje y articula el goce a la cadena significante. Toma de Freud la relación de la pulsión a las zonas erógenas, no a la sustancia orgánica y rescata el contenido lingüístico, ejemplo: mirar-ser mirado. E insiste en la pulsión como estructura de borde ligada al concepto freudiano de límite entre lo psíquico y lo somático: allí la pulsión es un articulador gramatical. “La pulsión es el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”. Lacan, Seminario XXIII.
Finalmente la pulsión es parcial y siempre es de muerte.
De qué habla este escrito de Agamben cuando nos habla de la institución Iglesia? ¿Ecos de un discurso milenario poblado de mitos, miserias humanas, disputas por el poder en el cuerpo de la Iglesia? Acaso las construcciones teológicas mencionadas llevadas a la categoría de mitos sean formas de anclaje simbólico, y un modo de acercarse el significante a lo pulsional que aloja la Iglesia.
Agamben dice en el título de su escrito que el “mal” de la
Iglesia es un “misterio”. Pensé que al Psicoanálisis le era posible darle un nombre
a ese misterio del mal.
[i] En el Cristianismo, consistió en compra y venta de lo espiritual por medio de bienes materiales.
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