Por Stella Maris Nieto
¨La verdadera barrera que detiene al sujeto ante el campo innombrable del deseo radical, en la medida que es el campo de la destrucción absoluta, más allá de la putrefacción, es hablando estrictamente, el fenómeno estético, en la medida que es identificable con la experiencia de lo bello… el resplandor de lo verdadero¨
J. Lacan Seminario La Ética del Psicoanálisis. Las paradojas del goce.
Fedra, como figura de la tragedia griega, revela el destino de una mujer en un mundo donde los dioses y los hombres escriben la historia.
Como recuerda Lacan en el Seminario de la Ética, el amor de los amantes, varía según la epoptía en la que participaron, lo que quiere decir la iniciación que hace a la intervención de los dioses en el mundo antiguo.
Fedra pone en escena la hibris, esa desmesura que transgrede los límites impuestos por los dioses.
Fedra es pasión y desesperación, ahí donde su vida, decidida por otros, se encuentra al fin con el deseo.
Esta princesa cretense, hermana de Ariadna, es casada por indicación de su hermano, con Teseo, rey de Atenas, quien la aleja de su familia, llevándola lejos con el hijo, Hipólito, que él había tenido con su esposa Antíope.
Fedra, no decide, es arrastrada por el destino de los hombres y los dioses, ya que según la versión de Eurípides, Afrodita había maldecido a Hipólito.
Teseo es quien dirige los rumbos. Este héroe que derrotara al Minotauro del laberinto, ayudado por Ariadna, huye con ella, para luego abandonarla y casarse con Antíope, a quien secuestra, y es madre de su hijo. Pero Antíope muere cuando las amazonas intentan rescatarla, lo que vuelve turbias sus nupcias con Fedra.
Fedra vive entonces con un hijo que no es su hijo, al que cría con amor y odio.
Ella tiene dos hijos con Teseo, Acamonte y Damafonte, pero está sola, porque Teseo, como todos los hombres, va a la guerra.
Fedra quiere el amor, que en su soledad crece hacia su ya joven hijastro Hipólito. Amor prohibido, para quien las mujeres representan la degradación moral y el peligro de excitar el ánimo.
Pero Fedra se embriaga con el sabor de lo imposible, y en el lecho de Teseo ausente, yace abatida e invalidada por sus angustiosos pensamientos.
Siente el placer del engaño no consumado, entre sábanas humedecidas por la fiebre, mientras se consuela con las confesiones susurradas a su nodriza Enone.
Pero ante la frialdad de Hipólito, se transforma en un espectro, y teje su desgracia, en el temor de que su deseo sea descubierto por Teseo cuando regrese.
Su nodriza la induce a mentir, y acusa a Hipólito de querer violarla.
Teseo destierra a su hijo y lo entrega a la furia de Poseidón, que envía un monstruo marino a destrozarlo.
Cuando el cuerpo sin vida de Hipólito es traído al palacio, Fedra enloquece, víctima y verdugo de sí misma. Sólo le queda la muerte para seguir a su amor imposible, y se suicida.
La versión del español Juan Mayorga, en la Sala Cunill Cabanillas del Teatro San Martín, toma más que de Eurípides, la versión de Séneca, susurrada por Ovidio.
Se trata de una versión atemporal, con reminiscencias griegas y romanas, pero sin coro ni máscaras.
Si el coro es en el teatro antiguo, el que siente por el público, en esta puesta, su ausencia, y el escenario en U, deja al público en el lugar de los coreutas, devolviendo la emoción al espectador, para que palpite, en este mundo moderno, donde cada vez más se pierde el sentido de la tragedia.
La austeridad escenográfica, pone en el centro el lecho como pira sacrificial, y el minimalismo cuenta con el diseño sonoro del timbalista Arauco Yepes.
Marcelas Ferradás, deslumbra en su Fedra con furor pasional, espasmos de exceso y agonía que duele, en la esclavitud a un goce que no amaina.
Horacio Peña construye magistralmente a la nodriza Enone, con la filosa instigación que busca demoler el deseo de mujer de Fedra, en el intento de salvar a “su niña”, inocente en su crimen.
Pero más allá del tiempo, esta pieza nos muestra que el deseo amañado entre el significante y la pasión por el objeto, como nos recuerda Lacan, puede ser un infierno al que nadie es inmune, si domina con su furor donde el amor no ha sabido equilibrarlo a tiempo.
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