Por Clara Zyberzstajn
“Es terrible que el silencio pueda llegar a ser culpable. Cuando el silencio se instala dentro de una casa es muy difícil salir, cuanto más importante es una cosa más parece que queremos callarla…parece como si se tratara de una materia congelada, cada vez más dura y masiva: la vida continúa por debajo, sólo que no se oye.”
Marguerite Yourcenar
Esta obra del teatro independiente porteño creada y dirigida por Claudio Tolcachir , ha sido estrenada en el año 2004 y aún sigue en cartel, con giras y premios nacionales e internacionales.
Macarena Trigo en su análisis del texto la nombra como “una poética de lo roto”, nos describe cómo fue concebida luego de varios meses de improvisaciones con los actores, en la propia casa del director y con la atención puesta en una pauta constructiva: la construcción de una familia, con sus modos de relacionarse, de amarse u odiarse y los conflictos de estos personajes.
La obra nos introduce en la intimidad de los Coleman, en la cotidianeidad de esta casa que se derrumba. Desde el comienzo se trasmite lo sórdido y penoso en el modo en que los personajes se relacionan, prima lo bizarro, la violencia y el chantaje.
“La omisión de la familia Coleman” se articula alrededor de cuestiones acalladas, silenciadas durante años, que como afirma la abuela “es mejor no recordar”, figura vital encargada de sostener el ánimo y las tensiones día a día y lo que estalla y se descencadena a partir de su muerte. Su desaparición hace insostenible la posición de cada uno de los miembros concluyendo con la anunciada pero secreta, disolución de la familia.
Las omisiones sobre las que se sostiene la historia familiar, no sólo alcanzan al pasado sino que se extienden en el absurdo devenir cotidiano, donde gritos, violencia y arrebatos se instalan como natural.
La casa de los Coleman como dice Marito “se hunde”, pequeños detalles lo van mostrando, el timbre, el lavarropas, el corte de gas, además de los que denuncian que la comunicación con el exterior está fracturada. Se tiene la certeza de que todo lo que se rompa dentro de ella quedará roto para siempre y nadie volverá a mencionarlo. Más allá de lo que sucede en la casa, ninguno parece saber a que se dedican los otros fuera de ella, surgen intuiciones que prefieren ignorarse, como la conducta delictiva de Damían o el seguimiento y tema omnipresente que hace Marito respecto de la vida de sus sobrinos , los hermanitos, ”esos enanitos” de los que habla sin pudor.
Ausencia de la figura paterna en Gaby y Damían que son mellizos, y en Marito.
El misterio del padre de los mellizos del que nada se sabe y sobre el que Gaby pregunta: quién fue? Dónde está? Qué pasó?
La paternidad como doble problema también en Marito y Verónica y esa elección azarosa del padre de llevarse sólo a Verónica cuando tiene un año, separándola de la familia materna y de su hermano, entregado a las fauces de Memé, su madre. Y Marito, este personaje inquietante y conmovedor, que en su locura anticipa y grita una y otra vez a la manera de oráculo y a cielo abierto una verdad maldecida, maldicha. El abandono al que es sometido otra vez, implica su destrucción. Es dejado solo por sus hermanos y Memé, enfermo de leucemia, sin saberlo, destinado a su exilio interior, alguien a quien ya el mundo exterior ha segregado.
Tolcachir no tiene ninguna piedad con sus personajes, los presenta de la manera más cruda, dejando del lado del espectador una implicación con lo más oscuro, silenciado, innombrado como efecto mortífero que atraviesa de distintos modos a cada personaje.
Omitido, silenciado, innombrado no tienen el mismo estatuto, responden a cómo lalangue nos hace hablantes, a las operaciones y procedimientos restitutivos de la fallas de la constitución subjetiva, de su fracaso y sus efectos. En esa falta de distancia sólo queda el incesto, el encierro y la segregación. No hay lugar para el amor, en su lugar, irrumpen la agresividad y el odio que fluye silencioso, con el peso de lo no inscripto.
El desenlace no se concibe como una liberación o una salida, augura más desgracias, desventuras, para esa especie condenada de los Coleman.
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