Sobre Los ojos azules pelo negro, de Marguerite Duras
Por Graciela Zagarese

Marguerite Duras nos presenta en esta conmovedora novela una historia cuyo elemento genuino, tan propio de la autora y por lo mismo ubicable en sus distintas obras, reside en la más profunda soledad que nos habita como mortales.

Nacida en Indochina en 1914, antes del estallido de la primera guerra mundial, Duras vive su infancia inmersa en la más descarnada pobreza. En su juventud estudia Matemática, Derecho y Ciencia Política en la Sorbona y es luego de la segunda guerra mundial cuando inicia su militancia en el partido comunista francés; allí entabla amistad con destacadas figuras de la filosofía y de la literatura como Albert Camus, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Su vida se despliega en una continua oposición a los sistemas opresores.

La dimensión trágica colorea sus obras, en las que una suerte de ritualización y halo sacrificial encuentra su morada. En ellas lo familiar y lo histórico se intrincan ajustadamente.

La ficcionalización en sus novelas dialogadas y piezas teatrales narradas hacen al material de una escritura que se desliza por los bordes, que habita lo intersticial en una íntima afinidad con lo neutro.

El amor, el desamor, el deseo, la soledad, la muerte, hilvanan sus escritos. Su lenguaje despojado, certero, ajustado, permite situar aquello que quiere ser dicho en el preciso lugar en el que sólo eso y no otra cosa, puede alojarse.

Dos personajes principales interpretan la obra Los ojos azules, pelo negro: un hombre y una mujer; siendo la fugaz presencia de un tercero, un joven extranjero, alrededor del cual los dos protagonistas se entrelazan, lo que aporta consistencia a la trama. Todas las noches deben encontrarse en una habitación desnuda frente al mar y es a cambio de dinero que ella debe estar junto a él para salvarlo de la muerte. Pero las noches serán blancas.

Quien narra la historia está afuera. Esta es contada en tercera persona y es allí desde  donde describe lo que sutilmente se despliega: lugares, objetos, posturas, voces, luces y sombras, pasiones y todo aquello que en ese minúsculo espacio de una habitación apenas poblada, transcurre. Las alusiones al afuera están siempre presentes: la playa, el ruido del mar, la terraza del hotel, el parque…

Nos dice la autora: “Avanzada la noche que sigue a este crepúsculo, cuando la belleza del día ha desaparecido con tanta violencia como por un revés del destino, ellos se encuentran.” “Él no la reconoce. Sólo podría reconocerla si hubiera llegado en compañía del joven extranjero de ojos azules pelo negro”. “Ella lo mira. Es inevitable hacerlo. Él está solo y bello y agotado de estar solo, tan solo y bello como cualquiera en el momento de morir. Llora.”

El relato se despliega en un presente inacabado donde el tiempo transcurre lentamente, casi sin notarse, casi sin sentirse. Una y otra vez vuelven a darse lo mismo y lo distinto  en escenas, gestos, movimientos, risas, llantos. Lo escópico y lo invocante nos hacen guiños todo el tiempo y el deseo y la homosexualidad acuden a la cita: “Dice que ella está en el deseo de aquel hombre de ojos azules del que le habló en aquel café, anclada en el deseo solo de él…”

Las referencias teatralizadas y las indicaciones para la puesta en escena abundan en la novela: “Se habría hecho la oscuridad en la sala, empezaría la obra. La escena diría el actor. Sería una especie de sala de recepción severamente amueblada……correspondería a los actores el hacer que el olor, los trajes, y los colores se sometieran a lo escrito, al valor de las palabras, a su forma.”  Y continua Duras en otra parte “La lectura del libro se propondría, pues, como el teatro de la historia…. No habría que subrayar ninguna emoción determinada en tal o cual pasaje de la lectura. Ningún gesto. Simplemente, la emoción ante el hecho de desvelar la palabra.”

Sabemos que el psicoanálisis se sirve de algunas de las obras de esta genial escritora para dar cuenta de cuestiones que hacen a su estofa misma, dado que Duras nos da a ver a través de su escritura cuestiones de la realidad psíquica con la inteligencia y artesanía propias de su estilo. “Una última frase, dice el actor, habría podido ser dicha quizás antes del silencio. Podría suponer que la había dicho ella, por él, durante la última noche de su amor. Se habría referido a la emoción que se experimenta a veces al reconocer lo que no se conoce aún, la dificultad en la que uno se halla de no poder expresar esta dificultad debido a la desproporción de las palabras, de su delgadez, ante la enormidad del dolor.” Es aquí donde la pluma de esta escritora nos muestra con agudeza la dimensión de la palabra, que nombra y al mismo tiempo, no todo.

Ingresar a la lectura de este libro, dejarnos llevar por las palabras que lo pueblan, es animarnos a andar por un camino incierto cuyo final, avisado en algún lugar, nos espera.