Por Patricia Gaviola

Eyan  es un niño Palestino, dotado de una inteligencia superior, comparado a cada momento con la inteligencia  de su  padre casi universitario pero que, por razones que desconoce,  terminó siendo recolector de frutas. Es la abuela quien le da respuesta a sus preguntas: ¿cómo y por qué papá terminó siendo frutero?

  • ¿Por qué? por culpa del islam.
  • ¿Como? y  le muestra un periódico del año 69 donde el nombre de su padre aparece como terrorista en una  lucha armada contra judíos en Jerusalem.

Eyan ahora se enorgullece de su padre cuando ni siquiera sabe lo que esa  palabra  significa, pero salió su nombre en  los diarios, entonces, «terrorista» es  mucho mejor que frutero.

Esta nueva historia sobre  el conflicto Palestino-Israelí, me recordó un libro de Viviane Forrester, El crimen Occidental, donde plantea básicamente que si bien al terminar la segunda guerra  Alemania fue vencida, la guerra contra el nazismo nunca existió, nunca se inició una guerra contra la discriminación.

La película  presenta un enfoque  parecido sobre el tema en cuestión.  Estas personas  que viven en conflicto desde la creación del Estado Israelí en tierra  Palestina, y cuyo    trasfondo   no parece fácil definir:  si se trata de   la tierra? de  la patria? o de  la identidad?

En 1938 Hitler todavía permitía la emigración de judíos a otros países de Europa. Ninguno quería recibirlos, salvo Holanda y Dinamarca. Sobre todo Francia e Inglaterra no veían razón para aceptar un grupo de gente que Alemania rechazaba. Podían haber salvado a muchos. La solución de las Naciones Unidas al finalizar la guerra fue crear el estado israelí en tierra palestina que pertenecía  a otro grupo también rechazado.  Europa oficiaría de mediador mientras que  ellos arreglaran sus cuentas.

Daniel Baremboin  que es director de una orquesta compuesta por músicos judíos y palestinos, insiste en decir que más importante que la libertad de pensar es la obligación de escuchar. Dos imposibles.

Por qué árabes y sionistas siempre dominados por las mismas potencias y no existiendo ningún conflicto previo entre ellos, no se identificaron  en su mala suerte y se unieron  para liberarse juntos. Lejos de eso, ambos respetan el prestigio de las potencias que los dominan que todavía veneran y necesitan de su aval mientras que hoy  las mismas son espectadoras.

No hay distancia territorial ni religiosa, ni conflicto por lejano que se presente que puesto bajo la lógica significante no revele de inmediato  la estructura del ser hablante. Ideales, identificación, rechazo  y pasiones del ser  se van entramando en esta historia hasta que el   protagonista  llega a tomar la decisión más  insólita.

Es en el rechazo donde se constituye el ideal.

Eyan es admitido en un centro de estudios de élite, La academia de Artes y Ciencias de Jerusalem.  Cuando el padre lo deja en la puerta le dice: «En el 69 queríamos liberar a Palestina de los judíos, ahora solo queremos que nos dejen vivir lo más dignamente posible. Quiero que tú seas mejor que ellos en todo, en todo»  El mensaje es contradictorio y fanático.

Enamorado de su compañera judía es abandonado, ella no se atreve a enfrentar el desprecio social que implica estar con un palestino. La vida se le complica en Jerusalem, ni de mozo puede trabajar aunque logre el aprecio en ciertos vínculos individuales, es portar el significante «palestino» lo que lo excluye, se trata del  nombre.

Toma una decisión, que bien podría definirse como  «tú eres ese a quien odias». Entierra  su nombre junto con el cuerpo de su amigo judío que acaba de morir. Así toma  para siempre la identidad del muerto.

Triunfo de las pasiones….