Odio a la músicaPor: Rita Chernicoff
Reseña de: El odio a la música, de Pascal Qignard. El cuenco de plata, 2012, 192 pág.

El Odio a la música es un texto que consta de diez Tratados: si bien me voy a detener en el que da el nombre al libro, voy a ubicar algunas cuestiones que se desarrollan en su trama, anteriormente.

Por la riqueza con la que cuenta recomiendo su lectura; comienza situando los orígenes de la música y sus vínculos con el sufrimiento sonoro.

En principio quiero dejar señalado que El odio a la música expresa hasta qué punto la música se puede volver odiosa para quien la amó, por sobre todas las cosas, considerando que provenía de una familia de músicos.

Las palabras pavor y mousiké, terror y música, para el autor están vinculadas, como el sexo y el lienzo que lo cubre.

Anabel Salafia, refiriéndose a El sexo y el espanto, libro del mismo autor, dice que el pavor[i] tiene que ver con el poder del falo, ya que el falo es un poder y una amenaza que depende del dios Príapo, el dios falo, el no tener miedo a la muerte, el no tener fiascos sexuales.

En toda música se halla un poco de sonido antiguo, de ese tiempo anterior al nacimiento que nos precede, cuando aún no veíamos, no respirábamos, no gritábamos, los escuchábamos. Me lleva a pensarlo ese tiempo donde el deseo de la madre está en juego.

Mientras que el pavor, el terror en los recuerdos lo ubica en relación a lo irreparable de la infancia, como el mutismo que atravesó, al que refiere como un canto carenciado, como una danza al balanceo, remarcando el ritmo del silencio, y que sólo la música es desgarradora.

 

Hace continuas referencias a La Ilíada y a LKa Odisea, mientras que en la primera la cítara no es una cítara, en la Odisea el arco de Ulises es como una Kithara, o sea el arquero como un citarista, ubicando al arco como la muerte a distancia, siendo la cuerda el primer canto y haciéndolo derivar de la lira.

 

Escuchar es obedecer dice, en latín obaudire, vocablo que derivó en francés a la forma obéir (obedecer), siendo la audición, la audientia, es una obaudientia, por lo tanto una obediencia.

Mientras que el oyente en el lenguaje es un interlocutor, en la música es una presa que se abandona a la trampa, pues su finalidad se reduce a atraer al otro.

Frente al quiebre de su voz en la adolescencia, deja de cantar y se sumerge en la música instrumental, estableciendo un lazo directo entre la música y la transformación de la voz.

 

Agrega que la música no es un canto propio de la especie Homo, sino su lengua, agregaría la lengua como un real.

Mientras que a la música la ubica como una imitación de los lenguajes enseñados por las presas, de su canto en el momento de la reproducción.

Los etnólogos, dice el autor, clasificaron las técnicas musicales para intervenir sobre la naturaleza. Intimidar al tornado, fustigar al huracán, aterrorizar a la luna, las almas y el tiempo hasta la obediencia.

 

En este Tratado “El odio a la música” dice: La música es la única entre todas las artes que colaboró en el exterminio de los judíos organizado por los alemanes entre 1933 y 1945. La única solicitada como tal por la administración de los Konzentrationlager. Hay que subrayar, en detrimento suyo, que es la única que pudo avenirse con la organización de los campos, del hambre, de la miseria, del trabajo, del dolor, de la humillación y de la muerte.

 

Simón Laks era pianista, violinista, compositor, director de orquesta. Nacido en Varsovia el 1 de noviembre de 1901, fue detenido en París en 1941 y liberado el 3 de mayo de 1945. Evocando la memoria y el sufrimiento, de quienes fueron aniquilados en los campos reflexionó sobre la función que cumplió la música en los campos de exterminio. Escribió: “La música precipitaba el fin”.

Publicó en 1948, con René Coudy Músicas de otro mundo, libro que no fue bien recibido. Siguiendo los interrogantes del autor acerca de las meditaciones de Simón Laks:

 

“¿Por qué la música pudo verse involucrada en la ejecución de millones de seres humanos?”

“¿Por qué tuvo en esa ejecución un papel más que activo?”

 

Quignard va a señalar que al ser la música un poder, se asocia a cualquier poder. Donde van unidos el oír y el obedecer. La estructura que su ejecución marca es un director y ejecutantes.

 

Primo Levi, que escuchó a Simón Laks en Auschwits, en Si eso es un hombre llamó a la música “infernal”: la música los empuja, como el viento a las hojas secas, y es un sustituto de su voluntad, un hipnosis del ritmo continuo que aniquila el pensamiento y adormece el dolor.

Convirtiéndose en la “manifestación sensible” de la determinación con que “algunos hombres se propusieron aniquilar hombres”

Remarca el autor la función secreta de la música que es la de convocar, como el canto del gallo, a deshacerse en lágrimas a San Pedro.

 

A mi parecer queda resaltada esta función, la de fascinación, de encantamiento, que produce la música y conlleva a la desaparición, a la obediencia del oyente.

[i] Curso Para entrar al discurso del Psicoanálisis. Clase: 10 de abril de 2010.