Por María Gabriela Correia
La correspondencia entre Sigmund Freud y Edoardo Weiss, quien fuera el pionero de la introducción del psicoanálisis en Italia, resulta de un valor fundamental para aquellos que se inician en el camino de formación como psicoanalistas.
Bajo la pluma de Freud se puede apreciar una faceta más del maestro ejemplar que ha sido, en esta oportunidad, ya como un médico de consulta en psicoanálisis.
Edoard Weiss nació en Trieste el 21 d e septiembre de 1889 y falleció en Chicago en el año 1970. Mantuvo con Freud un intercambio epistolar asiduo, a la vez que en varias ocasiones a la vez que solía ir a Viena a hacer consultas personalmente o a llevar a pacientes a la consulta. Además se ocupó, con el consentimiento de Freud, de traducir sus obras al idioma italiano y así logró introducir el psicoanálisis en Italia.
Lo que más me llamó la atención de la lectura de las cartas, fue el modo en que Freud se dirigía a quien además de ser un discípulo, era también un colega.
Los casos consultados se refieren a personas que padecían síntomas tales la eritrofobia, depresión, asma bronquial, paranoia persecutoria y ataques histéricos entre otros así como también el análisis de “sueños de transferencia”.
Si bien Freud era muy cauto a la hora de dar un consejo, también en ocasiones era taxativo y podía decir cosas tales como las siguientes: “…el segundo caso, el esloveno, es visiblemente un pícaro que no merece sus esfuerzos. Nuestro arte analítico fracasa con semejante gente, nuestras luces tampoco alcanzan a penetrar las relaciones dinámicas que en ellos dominan. No le contesto a él enteramente y supongo que usted se lo sacará de encima…”
Esta indicación de Freud nos permite también conocer cuál era su ética a la hora de tomar un paciente en análisis y nos deja una enseñanza acerca de ante qué casos el analista debe abstenerse de insistir a continuar un tratamiento.
En el medio de estas consultas también encontramos entre líneas cuál era la situación del psicoanálisis en el mundo en ese momento y los conflictos ante los cuales el psicoanálisis debía hacer frente, tales como la deformación de la teoría, como surge de la intervención del psiquiatra genovés Enrico Morselli al cierre de la conferencia titulada “Psiquiatría y Psicoanálisis” que Weiss diera en Florencia.
Pero el broche de oro de esta joya que nos permite conocer a Freud en su faceta de supervisor, es el último caso presentado en donde se puede apreciar cómo Weiss, ya siendo un hombre más maduro, decide finalmente autorizarse como analista. Al hacerle Freud una observación acerca de ciertas maniobras en la conducción del tratamiento de una mujer por el hecho de haberle permitido salir del diván y sentarse en el sillón, Freud recomienda la interrupción del tratamiento al menos por el término de 6 meses. Se dirige a Weiss del siguiente modo “…quiero tan solo decirle lo que me parece el caso y lo que, por experiencia, haría, sin comprometerlo a usted en nada…”.
Estas palabras quedaron resonando y dando vuelta en la cabeza de Weiss y le permitieron no tomar esta vez las indicaciones de su maestro, ya que Freud sólo había visto a esta mujer una vez en su consultorio y siendo que sólo él podía saber de “…los movimientos emocionales de la paciente, las expresiones de su cara y de su voz…” es decir, la presencia del cuerpo en el dispositivo analítico con todo lo que eso conlleva de pulsional. ¿Y quien mejor que el psicoanalista que conduce ese análisis para tomar la decisión final respecto de la dirección del tratamiento? Es que en las palabras del maestro está implícita la indicación de autorizarse por si mismo. Es entonces que Weiss toma a su cargo la responsabilidad y concluye diciendo: “…esta experiencia consolidó mi confianza en mi intuición en el tratamiento de casos difíciles, y disminuyó mi necesidad de consultar a Freud…”
En las últimas cartas podemos apreciar comentarios acerca de la traducción de la obra freudiana y la transmisión de un legado a quien fuera su joven discípulo. Concluye Freud: “…Utilice, sin citarme, lo que le pueda servir, y deje el resto de lado. Ya no sé si he dicho realmente estas cosas, y tampoco concuerdo ya hoy con todas. Fragmentos de discusión no publicados no obligan a nada…”
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