Por Osvaldo Arribas
En este libro de Bruno se cuestionan los planteos de tres filósofos y de un psicoanalista. Se refiere así a Guattari, como al psicoanalista, y a Althusser, Deleuze y Zizek, como los filósofos. Y dice que considera a estos cuatro autores porque entiende que han tomado en serio al psicoanálisis.
Lo que discute con estos autores es la relación entre la castración, la división subjetiva y el síntoma. Dice Bruno que el síntoma, inventado por Marx y fundado por Lacan, no puede sostenerse ni con el “mal sujeto” de Althusser, ni con el “rizoma” de Deleuze, ni con el “sujeto vacío” de Zizek. Define al síntoma como el acontecimiento del cuerpo por el cual el cuerpo se sustrae, al menos por una vez, y al menos en un lugar, a la voluntad de goce del Otro: “Al ser hablado, el cuerpo se torna hablante, y el acontecimiento síntoma actualiza la división del cuerpo por el lenguaje y, sincrónicamente, la división del lenguaje por el cuerpo: de ahí se origina la palabra hablada, la parole.”
Cada vez que habla de la castración Bruno la refiere al padre real, siguiendo el cuadro de las categorías de la falta, tratándose siempre entonces de la castración simbólica, de la castración como deuda simbólica. La deuda simbólica con el padre real es porque facilita el atravesamiento del fantasma que funda la excepción, por “debilitar” la figura del padre ideal, permitiendo así, el acceso al no-todo de la castración.
En el apartado donde discute con Zizek, explicita su posición como una diferencia fundamental entre división y castración. Y lo que me pareció muy interesante es que Bruno ubica la falta como puramente simbólica o imaginaria, siempre relativa; y a la pérdida como irreductible, absoluta. Y me llamó la atención porque yo suelo plantear los términos al revés, aunque con la misma lógica, pensando que la pérdida del objeto, relativa, es aquello por lo que hay que hacer un duelo para convertirla en falta real y absoluta. Bruno lo presenta al revés, la falta como relativa y la pérdida como absoluta, y se refiere a la pérdida de goce.
Zizek plantea en “El espinoso sujeto” que el sacrificio neurótico es la negación de la castración, porque fingiendo no poseer el objeto que aseguraría el goce, el sujeto se convence de que lo tiene, pues finge no tenerlo, y si finge no tenerlo es porque lo tiene, o sea, hace y se hace creer que lo tiene. Bruno toma este ejemplo de Zizek como una ilustración ejemplar de la diferencia entre la castración —que permite el simulacro de que se tiene lo que no se tiene— y la división, que implica una pérdida sin retorno, y “que sitúa lo que se ha perdido en la exterioridad del sujeto”.
Y precisa que el pase de la castración a la división no es el franqueamiento desde la relatividad de la falta a lo absoluto de la pérdida, sino la aceptación —resistida tanto como sea posible por la creencia, siempre confortable, en un Otro que impediría el goce—, la aceptación de que la castración no es todo, o bien, que no es toda.
Y concluye subrayando que “el descubrimiento, casi simultáneo, de la roca de la castración y de la Spaltung (división), no es antinómico con el pase lacaniano, sino que, por el contrario, lo prepara. Asumir nuestra división de sujeto es aceptar que la roca sea roca, pero que no hace sino prohibir el acceso a un lugar en el que gozar equivaldría a morir”.
En este libro Bruno hace también una lectura muy interesante del discurso capitalista, que tiene mucho que ver con el problema que plantea el título de un Seminario de la Fundación del Campo Lacaniano, entre la tiranía del sexo y la democracia sexual.
Bruno plantea que, al desaparecer el vector que vincula al sujeto con el saber inconsciente, se produce una escisión entre el sujeto y el saber, una escisión que priva al sujeto de su dialéctica con el saber. Por otro lado, la inversión del vector entre semblant y verdad, elimina la barrera contra el goce que es estructural en los cuatro discursos. Entonces, en el discurso capitalista no hay barrera que impida que el plus de gozar pueda satisfacer al sujeto hasta la saciedad, hasta el hartazgo.
Podríamos preguntarnos si efectivamente hay discurso sin esta barrera contra el goce, y también si hay sujeto sin esta barrera contra el goce, pero sí, porque no se trata de la forclusión del Nombre del Padre que impediría la constitución del sujeto, y entonces también la del discurso, sino de la forclusión de la castración a nivel del discurso, a nivel del lazo social, porque «el sintagma “discurso capitalista” designa el lazo social que se desprende del dominio del modo de producción capitalista”».
No hay barrera contra el goce, pero no deja de haber semblant, porque recordemos que no hay discurso que no sea del semblant, lo cual impide que el deslizamiento ininterrumpido del significante llegue a destruir completamente el lazo que asegura la función del lenguaje.
La división del sujeto implica su dialéctica con el saber inconsciente, un ida y vuelta en las que se sostiene el deseo respecto de la pulsión. La forclusión de la castración en el discurso capitalista enmascara esta división al hacer desaparecer esta relación dialéctica del sujeto con el saber. Se produce, entonces, una escisión, el sujeto queda disociado de su saber y sometido a una demanda pusional que sin el auxilio del saber, saltea el saber y se dirige al “objeto farmacológico”.
El sujeto capitalista espera encontrar la respuesta a su deseo en la farmacia, o sea, en el consumo de fármacos que acallen la pregunta angustiante del deseo, siempre más allá de toda necesidad.
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