Por Jorgelina Estelrrich
Si la peculiaridad que hace a una biblioteca es relativa al lector que la constituye y donde lo escrito es objeto de intercambio, de investigación, de difusión, en principio los modos de organización y funcionamiento que lo hacen posible no son ajenos a las medidas con las que se ajusta su construcción, disponiendo de un espacio común, constituyéndose este, una y otra vez, con algunos tramos ya hechos y otros por hacer.
Nuestra biblioteca no solo se va delimitando por los libros de los que se dispone, el trabajo de los textos y otros diversos materiales que la habitan, sino particularmente por los autores cuya obra nos orienta en la lectura y por la trama que entre escritores y lectores componemos y mantenemos en relación a la especificidad que hace a la formación de los analistas y en la transmisión de lo que el psicoanálisis nos enseña a partir del descubrimiento de Freud y la letra de Lacan, en el nombre de Masotta.
Es en razón de esto, que se abre a todos aquéllos con los que, también pueda extenderse hacia otros ámbitos de la cultura, tanto sea de la ciencia como del arte o de otros saberes que la discursividad de nuestro tiempo pone en juego.
Una biblioteca para quienes el psicoanálisis pueda constituir un instrumento de lectura, cuya crítica y discusión desande y desarticule el secreto de los conocimientos y saberes guardados celosamente en función de las herramientas del poder de turno.
El psicoanalista no se interesa por el poder, más bien por el saber, particularmente el saber y su función en lo que hace a su relación al poder y a la verdad en juego de cada tiempo, en lo que concierne a cada uno personalmente.
Si del inconsciente se trata, el saber que el psicoanálisis subvierte por su operación, se sitúa en otro lugar, entonces.
La cosa freudiana permite una lectura tal que, el lector no hace sino formar parte del concepto más propio de una biblioteca, en resonancia al autor que se considere.
Sea como en la “Biblioteca de los Destinos” citada por G. Agambem en su libro Estancias2, donde nos invita a imaginar una biblioteca semejante a aquélla pirámide donde cada uno de los libros que hubiéramos podido escribir y el libro que finalmente fue escrito y publicado puedan convivir, “donde cada uno de los apartamientos por lo que se pueda atravesar fuera cada vez más bello, siendo el más espléndido de todos aquél que tuviera un inicio pero no se le viera un término, que tuviera un vértice pero ninguna base”.
“El libro real” ocupa aquí su sitio en la pirámide, entiendo siguiendo al autor, “en el que los innumerables libros posibles se ahondan de plano en plano hasta el Tártaro que contiene el libro imposible, que no hubiéramos podido escribir jamás”.
“Entrar en semejante biblioteca no es para el autor, una experiencia fácil, porque es en la relación con el pasado donde se mide, ante todo, la seriedad de un pensamiento”, dirá Agamben.
Cabe la pregunta… y entrar en semejante biblioteca, ¿qué experiencia es para el lector?
O, sea al modo de “Una nueva biblioteca (que) celebra su inauguración, como escribe J. M. Coetzee (Premio Nobel 2003) a P. Auster3, con terminales informáticas, cubículos para estudiar, salas para seminarios e incontables espacios de trabajo… pero la palabra libro, no aparece ni una sola vez .”
“Los arquitectos siguiendo el consejo de los nuevos bibliotecarios diseñaron una biblioteca sin papel… sin libros?”
Sosteniendo la pregunta en relación a la experiencia del lector, el autor de la carta dice, si los libros no son reales, por lo menos en algún sentido no lo son. Las letras mismas de las páginas son signos, imágenes de sonidos o ideas, el hecho que los llamemos libro y que se pueda tener en la mano o tenga un olor propio, es un simple accidente de su producción que no tiene relevancia alguna por lo que el libro transmite.
“El argumento en contra de la biblioteca borgiana es demasiado tedioso para repetirlo…, en una época en que la economía ha sido proclamada reina de las ciencias’’.
¿En que incide entonces, si los libros ocupan demasiado espacio, deshacerse de los libros y reemplazarlos por imágenes de libros o imágenes electrónicas?
“Una obra valía, de hecho, no solo por lo que efectivamente contenía sino por lo que en ella había quedado en potencia, por las posibilidades que había sabido conservar más allá del acto…. en aquella relación con el pasado que no lo transforma simplemente en necesidad, sino que sabe repetir (reanudar según la intención kierkegaardiana) su posibilidad’’ la de no ser o ser de otra manera, o sea la contingencia”, como lo señala Agamben.
Allí, en alguna medida, al autor le consiente seguir escribiendo, la obra ulterior o futura, es la que infaliblemente se sostendrá no obstante, en lo que difiere de su núcleo fundante, en solidaridad con sus lectores.
Nuestra biblioteca viene construyendo ese lugar de cierto enigma, donde la invitación al lector está hecha en la partida, a prestar atención a y a tener confianza en lo que la lectura produce como efecto sobre las cuestiones que hacen a nuestra práctica y a su política en relación a otras, en la discursividad de nuestro tiempo y de otros.
Entiendo que sea cual fuera la lectura de la que se trate al respecto, que lleve de esa comprometida óptica que como la estética del sueño de Freud o la mirada que domestica la pintura por el arte, según Lacan… hace al acto que permite, dar a ver el Instante por el que se reanima la causa en la que el lector-escritor seguirá trabajando en la inquietancia de su obrar.
Puerta abierta para entrar, a leer… y seguir insistiendo.
Referencias
1. Baca, Susana. Entrevista en televisión pública, junio2013
2. Agamben Giorgio, Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Apostillas.
3. Auster, Paul y Coetzee, J. M. Aquí y Ahora’ Correspondencia 2008-2011, carta del 18 de agosto.
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