Escrito en la orilla. Una travesía litoral con Lacan, Guillermo Izaguirre, Editorial Biblos
Por Clelia Conde
Tengo la alegría de haber sido invitada a presentar este libro Escrito en la orilla, una travesía litoral con Lacan de Guillermo Izaguirre.
Tengo que decir que lo he leído así, bien al estilo del sauce, dejándome caer en sus páginas, lentamente, dejándose estar como es la propuesta del autor, a veces más adentro y otras de más lejos. Digamos de una manera orillera. Orillero es un término que arrastra las muchas injusticias de nuestra tierra, usado en forma despectiva y en estas páginas, devuelto a su dignidad de perspectiva distinta, no geométrica, no aislada, una relación distinta a la occidental con el paisaje. El orillero como el que va sacando partido, aprovechando lo que encuentra en el camino.
El libro, en su factura es homogéneo con su propuesta, tiene tres partes, como los tres ríos que presiden su decir. La primer parte que nos introduce a la propuesta y que traza su recorrido es sobre el texto Liturraterre de Lacan y sienta la posición del autor.
Una segunda parte que habla del cataclismo americano en el punto tan sensible de la cultura guaraní, y una lectura política que dará su fundamento a la hipótesis del libro, a través de la lectura e interpretación de textos de Rodolfo Kusch.
Más una tercera parte donde participan como colaboradores Ignacio Izaguirre, Mirta Greco y Zaida Saice, haciendo la resonancia cultural de lo antedicho.
Hay un cuarto, como siempre lo hay en el psicoanálisis, para que el nudo se sostenga y es el lector. Lector que en el libro está excelentemente representado por el prólogo de Daniel Riquelme.
El lector irá por cada curso, se detendrá en cada cruce y tal vez concluirá, así como yo he arribado a la idea, de que si creemos que todos los ríos desembocan en el mar, nos perderemos del recorrido. Esto es lo que yo obtengo como enunciación de este libro tan “paseandero” y a la vez tan atento respecto de las cuestiones que nos atañen como psicoanalistas y como americanos.
Dada la riqueza y extensión del libro, y dado que mis compañeros de mesa tienen mayores dotes en lo que hace a lo político y cultural incluida en las partes 2 y 3, yo me centraré en la primera, que es aquella que toca más cercanamente mi práctica sin dejar de reconocer que es indisoluble respecto de los otros recorridos, que van diciendo en las lenguas de otros discursos lo mismo.
En esta primera parte se aborda el lugar del psicoanálisis como praxis, pero dice también desde donde el autor lee, la relación de la lengua con nuestra práctica:
“No solo debemos tener en cuenta dónde y cuándo surgió la experiencia del análisis sino también dónde y cuándo se desarrolla su experiencia”. Esta frase dirige, ordena la lectura que luego se desarrollará.
Izaguirre marca los puntos nodales del psicoanálisis como discurso, discurso significa los efectos de una praxis: así la no pertenencia a la ciencia en tanto no establece proposiciones universales sino que solo se efectúa en la singularidad, la importancia de la contingencia, del acontecimiento, de lo que fracasa y se descarrila. Estas cuestiones no están allí simplemente para decir de la importancia de nuestro discurso como un saber proclamado, sino para hacer lugar a una lectura de cómo se inscribe el síntoma en el horizonte de la época y cómo se entiende a partir de esto el lazo entre psicoanalistas.
En el capítulo 1 de este primer apartado se sostiene que dado que a partir de Marx se puede inducir que el límite del capitalismo como el crecimiento relativo del capital constante a expensas del capital variable lleva a la crisis del sistema, Izaguirre propone un equivalente o analogía respecto del psicoanálisis en cuanto al aumento relativo del goce a expensas del plus de goce. Considero este punto esencial en el libro en cuanto propone, lee, que en la actualidad los síntomas mantienen una proporción menor respecto de los goces, entendiendo los goces como los exterminios, las migraciones forzadas, la violencia en todas sus formas y el consumo también en todas sus variantes. No se está proponiendo que haya un cambio de estructura pero sí marcando la importancia de este momento puntual del capitalismo con la presentación de los síntomas.
En el Capítulo 2 Izaguirre inicia con la lectura del texto que comanda el libro: Lituraterre proponiendo un neologismo para traducirla: Tachaduratierra. Hace un extenso y muy interesante seguimiento de las tres palabras con las que Lacan encabeza el texto: Lino, litura, liturarius. Lo hace con detenimiento para llegar al litoral, a lo que vincula con el trabajo con las manos. No voy a arruinar el placer de seguir los meandros etimológicos por los que se llega a esa invención, porque lo importante que se señala en el texto es lo crucial de partir y volver a partir del equivoco que nos lleva al borramiento de lo escrito en el litoral, el camino que va de letter (letra) a litter (basura).
Ese camino de la etimología no está allí por un mero despliegue de intelectualidad sino que apunta una vez más a cuestiones cruciales del psicoanálisis: que el final de la partida es un mero juego.
Este camino el del deshecho, el del estercolero, llevará en forma directa no solo al fin de análisis sino a la civilización entendida como los canales de evacuación de lo que sobra . En este punto se engarza la tesis respecto de que la civilización europea se ha desagotado sobre los otros continentes. En ese sentido nuestro presente es hijo del avasallamiento por el exceso de la civilización occidental. La importancia de la diferencia entre cultura y civilización sostiene la proposición de que la civilización europea se desagotó en su exceso sobre la cultura americana. La pregunta que el autor nos dirige es :¿ cómo hoy en nuestra práctica escuchamos esto?
El recorrido que hace Izaguirre apoyado en un trabajo de algunos investigadores que realizaron una travesía por el Paraná, el Paraguay el Uruguay en la búsqueda de los rastros de la cultura guaraní, nos da elementos a partir de las delicadas diferencias que se establecen entre la civilización europea y la cultura guaraní, para preguntarnos si esta especial ubicación de nuestra América hace que por las lenguas reprimidas, por la relación al cuerpo como indiscernible del alma, la creencia en dioses afectados por lo humano, y por nuestra propia tragedia en el advenimiento tenemos una sensibilidad singular para poder escuchar el inconsciente?¿ Será tal vez que eso que no encontró posibilidad de restitución a nivel de la política de los pueblos, lo haya encontrado en la manera particular en que el psicoanálisis se ha hecho carne en nuestra tierra?
A lo largo del libro se encontrarán muchas preguntas, pero por posición, por decisión del autor, no habrá respuestas sino un despliegue de los interrogantes que lleva a nuevas preguntas.
Quisiera cerrar mi espacio de comentario con una pregunta ¿Es este libro un libro de psicoanálisis? Responderé sin duda que lo es, pero que más que nada, es un libro de un analista que escucha lo particular de la historicidad que atraviesa nuestra lengua.
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