Por Andrés Barbarosch
Jacques Lacan en contadas ocasiones habla sobre la libertad, me referiré a una que me acompaña como reflexión durante estos días de cuarentena obligatoria bajo la pandemia que estamos sufriendo del coronavirus.
La mayoría de las veces al hablar de ella la reduce a un fantasma como en la película de Luis Buñuel El fantasma de la libertad, se la toma en términos de delirio, de ideología, lo cual entra dentro de la crítica de la ilusión de autonomía del yo, que cuanto más se pasea a sus anchas, más se aviene al desconocimiento de lo que es en tanto sujeto del inconsciente. Pero, como ocurre en el análisis un significante no nos lleva en una dirección única, lo que es lo mismo que decir con Freud que “el organismo quiere morir a su manera”.
Mi reflexión se apoya en una mención que hace a la libertad en un extenso párrafo que le dedica a Jean Paul Sartre en ´ El estadio del espejo` y en el que sostiene una polémica de alto voltaje con el existencialismo, que por la época propugnaba en filosofía y en literatura, teniendo como su principal exponente las novelas de una trilogía que llevaba justamente el título: Los caminos de la libertad.
La crítica que le dirige Lacan a Sartre es que su pensamiento no encuentra otra manera de proceder que alojándose en callejones sin salida, en los que este autor se atasca. ¿Cómo adentrase en la cuestión de la libertad sino se encuentra mejor manera para hacerlo que encerrado en los muros de una cárcel? La idea al parecer sería que la libertad se aprehende en límites que imponen los muros, sin advertir que los muros que rodean su pensamiento son el prejuicio de la conciencia, es decir el rechazo del inconsciente que sostuvo a lo largo de su trayectoria este filosofo. ¿Serían las desventuras de la dialéctica las que nos llevarían a aprender sobre la libertad en medio del encierro de la cuarentena por el coronavirus?
Sabemos que hablar de libertad no tiene buena prensa entre los psicoanalistas. Freud en el capítulo final de Psicopatología de la vida cotidiana, plantea la hipótesis del inconsciente, una legalidad regida por el determinismo, el libre albedrío: una ilusión.
Esta idea de determinismo en Freud que queda rebatida por la repetición, es la entrada de la pulsión de muerte en la teoría tan resistida por los propios psicoanalistas. Se pasa del determinismo del inconsciente a lo que rompe cualquier cálculo o previsión, porque el inconsciente no juzga, ni calcula, ni razona. No haré el recorrido del inconsciente como no saber, ni de la pulsión de muerte, ni de la destrucción.
Jean Allouch en su libro Lacan, después de Freud ha planteado como la contingencia abre el orden de la determinación, una brecha entre Freud y Lacan porque siguiendo a Mallarme “ninguna tirada de dados abolirá el azar jamás”, la contingencia entra en el análisis por la transferencia con el analista.
Como dice Norberto Ferreyra que el analista sea cualquiera no quiere decir que cualquiera sea analista, por aquello de lo que se hace soporte en la transferencia es justamente lo que le confían sus analizantes, sin que nada lo predestine a ello. Y es que, con el significante en el análisis abrimos este asunto del signo por qué como se suele decir con Lacan: la política del psicoanálisis es la política del síntoma.
Lacan en Lituraterre decía que si el psicoanálisis es la política del síntoma, es porque el psicoanálisis esta a la cabeza de la política. Si se trata del síntoma, se trata de la represión o de lo que es lo mismo, del retorno de lo reprimido, de lo censurado, de lo que queda borrado, tachado. Bajo el lazo social está el sexo, lo real del cuerpo y la muerte que al igual que la sexualidad constituyen aquello de lo que no queremos saber nada.
Por esta razón, considero que los significantes no hay que rechazarlos ni regalárselos a la filosofía política ni al neoliberalismo, aún así los encontremos en el discurso de un sujeto en el análisis o en el “basurero de la historia” forman parte de la lalengua que nos es común, se trata más bien del uso que en tanto sujetos podamos hacer de los significantes, o sería mejor decir con los semblantes en correspondencia con algunos aspectos de la lectura del Seminario 18 De un discurso que no fuese del semblante.
Volviendo al estadio del espejo, la crítica de Lacan a Sartre viene de un desarrollo sobre lo utilitario, la angustia del sujeto, el lazo social y lo concentracionario, nada ajeno a estos días, que desemboca en el planteo de Lacan : “…el existencialismo se juzga por las justificaciones que da de los callejones sin salida subjetivos que efectivamente resulta de ello: una libertad que no se afirma nunca auténticamente como entre los muros de una cárcel , una exigencia de compromiso en la que se expresa la pura impotencia de la pura conciencia para superar ninguna situación, una idealización voyeurista-sadica de la relación sexual, una personalidad que no se realiza sino en el suicidio, una conciencia del otro que no se satisface sino en el asesinato hegeliano”[1].
En los primeros días de la cuarentena circuló por distintos medios un poema de una escritora llamada Kathleen O´Meara que escribió con el seudónimo de Grace Ramsay en un libro titulado La historia de Iza. (1869) Es un poema emotivo y esperanzador, escrito hacia al final de una epidemia que testimonia a través de sus vivencias de lo que cada quien pudo sanar de su espiritualidad en ese período de aislamiento no buscado. Hace coincidir, es decir la causa del aislamiento: prevenir los contagios sea de fiebre tifoidea, cólera o disentería, es decir la epidemia que estaban padeciendo en este momento con una dolencia del alma de lo que los sujetos debían encontrar la sanación en una espiritualidad ejercitada en el período de aislamiento. El aire conventual del poema de O`Meara parece traslucirse también en la posición de Sartre descripta por Lacan donde la idea de la libertad del filósofo parece provenir del encierro.
Casi una década antes que el poema de O`Meara, Jakob Burckhardt, quien fuera maestro de Friedrich Nietzche, en sus estudios sobre el Renacimiento hablándole a aquellos de sus contemporáneos que sentían nostalgia por la Edad Media decía: “Si los espíritus elegíacos que vuelven a esa Edad la mirada nostálgica se vieran obligados a pasar en ella aunque solo fuese una hora, reclamarían con apremio la luz y la atmósferas modernas”.[2]
Estos días que estamos transcurriendo de aislamiento social obligatorio nos recuerdan que es un imperativo quedarse en casa porque en lo que hace a nuestra condición de seres hablantes se necesita de un cuerpo vivo para gozar, porque nuestras vidas están en peligro ante la amenaza del coronavirus. Lo cual no significa que en el refugio de la intimidad no estemos expuestos a nuestros conflictos y a nuestras miserias.
Y no se puede encontrar la libertad entre cuatro paredes, si la libertad depende del inconsciente. Porque el inconsciente está afuera, lo dice Lacan con su topología, comparando el inconsciente con un letrero titilante en una ciudad norteamericana a la que había ido a dar una conferencia, o con el visitante nocturno que golpea la puerta en la pesadilla o en el lazo social con el otro.
Contempladas las excepciones, hoy que tan solo se puede salir de manera limitada, y que estar afuera sea de inconscientes, como se dice en sentido coloquial, este afuera del inconsciente sigue existiendo a través de las llamadas telefónicas y las video-llamadas en las que transcurren las sesiones on line y en las que seguirá consistiendo en estos precarios tiempos el análisis. Y hace posible que esa secuencia de tres tiempos de la transferencia que dio Lacan tengan lugar: del momento en el que alguien en el análisis habla de sí mismo, al momento en el que le habla al analista, a aquel en el que el analizante logra hablar de sí mismo al analista.
[1] Lacan, Jacques, “El estadio del espejo como formador de la función del yo(je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, Escritos 1, Siglo veintinuno editores, Buenos Aires, 2008
[2] Burckhart, Jakob, “La cultura del Renacimiento en Italia”, Editorial Losada, Buenos Aires, 1962.
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