Por María Cristina Curuchelar

“Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.  Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?”
 “Función y campo de la palabra y del lenguaje en el psicoanálisis”  J.Lacan

¿Qué significa vivir a comienzos del siglo XXI? ¿Dónde estamos? ¿Cómo pensamos nuestra época?

¿La vergüenza y la culpa pueden ser expresiones del dolor que provoca vivir en un mundo fracturado e incoherente…  señal de que estaríamos entrando en una nueva época, dominada por un extraño capitalismo cuyos signos apenas podemos leer?

¿Por qué la vergüenza?

Entre 1969 y 1970 Lacan desarrolla el Seminario XVII “El reverso del psicoanálisis”.

Dedica la última reunión de junio de 1970 a considerar la dimensión de la vergüenza.

¿Por qué  la vergüenza tiene este lugar de honor, podríamos decirlo así, en este seminario?

Dice Lacan:

“Es preciso decirlo, morir de vergüenza es un efecto que raramente se consigue. Sin embargo, es el único signo… que tiene una genealogía segura, o sea, que desciende de un significante… Morir de vergüenza es el único afecto de la muerte… que la merece.”

Efectivamente, es sobre el término vergüenza y no sobre la culpabilidad que Lacan eligió concluir un seminario donde quiso situar el discurso analítico en el contexto de la civilización contemporánea.

La vergüenza sorprende, irrumpe, muchas veces desorienta. Especialmente cuando irrumpe en este deslinde que la separa de la culpa. Es un afecto que no familiariza, por el contrario provoca extrañeza.

Es esta separación de la vergüenza y de la culpabilidad lo que me interesa comentar brevemente.

 

Los “testimoniantes”

Durante este mes de octubre recibo en mi celular dos breves videos filmados a las puertas del Htal Posadas.

Escucho lo que dicen dos pacientes afectados por el conflicto en esa Institución. Verdaderos “testimoniantes” de su dolor, de su vergüenza, de sentir que se quedaron sin palabras.

Al escucharlos recuerdo un encuentro con residentes de hospitales de la provincia de Buenos Aires.

Fue en el año 2013 en La Plata, y en el marco de un espacio de formación del Ministerio de Salud de la Pcia.

En ese encuentro surgen relatos de experiencias clínicas referidas a pacientes  que llegan al hospital de cárceles de la región.  El malestar que viven los residentes en su práctica cotidiana se hace sentir en la reunión.

Se dirigen preguntas unos a otros…

Alguien dice: ¿hay que atender o no a un chico de 16 años “esposado”?…

Alguien responde: … al hospital llega por un problema de salud… yo soy médico, no policía…

Otro dice:… a la maternidad del hospital llegan mujeres presas a tener hijos… muchas paren “esposadas”… van “esposadas” a la nurserí…

Alguien responde:..  “ ¡no!… así no! …qué vergüenza!”

Esto provoca una discusión, se enfrentan, discuten… ¿se culpan unos a otros?….parece ocurrir en ese espacio de formación lo que dicen vivir en el hospital: un lugar con amigos y enemigos.

La coordinadora docente interviene y dice algo así como “no está en juego qué está bien o qué está mal…” Dice algo más que no recuerdo pero que, por cómo lo dice, expresa un intento de hacer que algo “se haga pensable  allí”… que se pueda escuchar si algo de lo que ahí pasa habla del lazo social que practican… que practicamos…

Esa intervención “supo” del momento oportuno, no para hacer de “árbitro” o de “juez”, sino para “hacer lugar” a recuperar un espacio de diálogo, de trabajo, de acción, de práctica… rescatando el apoyo de un deseo, el de cada cual, que permitió que se siguiera hablando.

 “¿Para qué nos  sirve este debate?” se pregunta uno de los residentes.

Pensar las prácticas no es un pensar individual… y no se produce en el vacío, sino en un determinado contexto… tal vez se alcanza en relación a un “saber hacer” que no está sólo en relación a la teoría…

Lo que parecía un tiempo y un espacio inútil se transformó en un tiempo y un espacio disponible que alojó la posibilidad de recuperar la dimensión de la vergüenza, irrumpiendo contingentemente ante el grotesco o el impudor que  mostraban estas escenas de la vida cotidiana.

 ¿Vergüenza de vivir?

La vergüenza es un afecto. Pero no en el sentido de algo que se agrega a la representación o al significante; la vergüenza en tanto afecto, es el signo de un excedente producido por la función significante misma, un excedente del significante en relación consigo mismo.

Esto marca una diferencia con la culpabilidad, que es el efecto sobre el sujeto de otro que juzga y que por lo tanto es el protector, el garante de los valores que el sujeto habría transgredido.

La vergüenza tiene relación con otro anterior al Otro que juzga, otro primordial no que juzga, sino que ve o da a ver.

Lacan nos insta en estas últimas reuniones del Seminario XVII a realizar una relectura de nosotros mismos, de nuestras justificaciones ante la vida y los otros.

Dice así:

“La vergüenza ¿para qué? Dirán ustedes… con un poco de seriedad, ustedes se darán cuenta que esta vergüenza de vivir se justifica por no morir de vergüenza, es decir, por sostener un discurso de amo pervertido…”

El rechazo de la vergüenza implicaría que el sujeto cesa de ser representado por un significante que adquiere valor.

Marca significante que sostiene eso que somos en lo más íntimo de nosotros, lo que nos hace singulares, lo que no puede ser vulgarizado y, sin embargo, también lo que no podemos reconocer… pero que supone  un más allá del “primum vivere”, porque supone la relación del sujeto con lo que él es en tanto representado por un significante.  Allí está lo más preciado de su existencia que por nada del mundo debe ser sacrificado, pues esto lo inserta en una genealogía.

Lacan nos dice que la vida se merece que se muera de ella… pues esto nos daría el tono de que lo real está concernido.

No se trata de ir más allá o de escapar al ser, sino de transformar  nuestra relación con él… no se trata de ontología sino de “hontología”, que implica la relación ética del sujeto con el ser.

Por eso tal vez sea mejor prestar atención a la insistencia de la vergüenza en vez de justificar nuestra posición en el lazo con los otros  con una culpa imaginaria que irrumpe en nuestra experiencia como “vergüenza de vivir”.

 … nuestro horizonte

¿Por qué debería preocuparnos, por nuestra relación al discurso del psicoanálisis, la desaparición de la vergüenza en la civilización?

La vergüenza cuando aparece enlazada a la pulsión y al plus de goce, por ese camino nos lleva al síntoma como aquello que instituye nuestra política.

Política del síntoma que conlleva un lazo al otro que implica el reconocimiento real de la diferencia, no su denegación. Denegación del otro que afectaría el lazo social, pervirtiéndolo.

Política del síntoma que no es la del saber universitario, la de los esclavos que gozan. De esa, dice Lacan, deberíamos quedar exentos.

Recibir estas palabras implica, así lo entiendo, convocarnos a sostener el discurso del psicoanálisis en nuestra posición analizante.

¿De qué posición se trata cuando está en juego, hoy, unir horizonte y discurso?