Por Clelia Conde
Los libros de correspondencias suelen ser reveladores, muestran algún aspecto desconocido de la personalidad de escritores o artistas, bueno, este no es el caso. Esta compilación muestra a las claras la correspondencia entre el Freud que conocemos por sus escritos y el Freud que se dirige en este caso a un discípulo, que fue también un amigo y un compañero en la causa del psicoanálisis en sus comienzos.
Vamos a encontrar en sus páginas la manera en que se abren paso los conceptos del trauma, duelo y melancolía, narcisismo, pero también los intereses comunes a ambos sobre la historia de Egipto, los números, la cultura. Muchos temas que unían a Freud con Abraham, algunos retomados teóricamente y otros que han servido de sustrato quedando subsmidos en la obra final.
Este libro cuenta el recorrido de las diferencias teóricos entre los miembros del Comité tales como se fueron presentando en lo cotidiano, con Jung, con Rank y la posición de Freud. Nos permite entonces “pasar un tiempo” con Freud, su tiempo. Definiciones tales como “a algunas personas sus propios descubrimientos les sientan mal”, la firme convicción política respecto a que muchas veces la mejor manera de defender la causa pasaba por no dar mayor consistencia a las palabras del adversario, se ponen muy en juego en relación a Abraham que deseaba fervientemente preservar al psicoanálisis de sus enemigos. Para Freud no hay enemigos, solo adversarios .Freud le contesta sin medias tintas al escandalizado Abraham : “ Usted debe entender que hay cosas que conozco de manera diferente y cosas que veo de manera diferente. No podemos esperar que estas cosas no pasen, solo podemos desear que pasen lo más rápido posible”.
Si tal vez percibimos algo del orden de un rechazo profundo en Freud a lo largo de estas cartas es a lo que él llama la “la ignorancia y la irreverencia”. Frases contundentes al respecto se encuentran en las discusiones acerca del fracasado proyecto de una película sobre psicoanálisis que realizaría la Metro Goldwyn, proyecto por el que Abraham bregada en función de conseguir fondos para las inmovilizadas revistas psicoanalíticas luego de la guerra.
En sus páginas encontramos también la manera en que Freud trasmite sus límites, sus imposibilidades debidas a la enfermedad. Ante la insistencia de Abraham para la participación en un Congreso donde se discutiría la posibilidad del acortamiento de los tratamientos, dice con humor sarcástico: “Yo, es decir mi prótesis, no podemos hablar en público”.
Esta correspondencia cordial, amistosa pero firme en las convicciones de ambos, aún en los desencuentros, es una hermosa lección sobre la ética del bien decir. Ninguna piedad y ningún temblor del lado de ambos para decir las cosas que deben ser dichas. El bien decir como única política, única estrategia y única táctica.
21 junio, 2016 at 4:27 pm
muy bien dicho por Clelia, invita a la lectura y vuelve tan presente lo que hace falta cada día….que dan ganas de seguir!!!
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