Un cráter en la luna. O dos
Por Patricia Martínez
“No cuenten con que celebraré los hechos de la vida de Sigmund Freud. Ustedes conocen su obra y ¿quién no la conoce? ¿Quién de nuestra generación no la formuló íntimamente y la transformó? Ella vive, magnifico descubrimiento del alma humana, como leyenda inmortal en todos los idiomas, y esto en el más estricto sentido de la palabra, porque ¿existe acaso una lengua que pudiera no echar de menos y carecer otra vez de los conceptos y los términos qué le arrancó al crepúsculo de lo inconsciente?”
Palabras pronunciadas por Stefan Zweig en los funerales de Sigmund Freud.
El 6 de mayo de 1856, en un pueblo de Moravia, que para esa fecha formaba parte del Imperio Austro Húngaro, nació Sigismundo Freud. El pueblo se llamaba Freiberg, luego paso a llamarse Pribor, actual república Checa.
Ochenta años después, el 6 de mayo de 1936, para el octogésimo aniversario de Sigmund Freud, un grupo de intelectuales de la época le dirige una carta pública de felicitación. El texto estaba encabezado por Stefan Zweig, Thomas Mann, Romain Rolland, Virginia Woolf, Hebert G. Wells, y adherían al mismo cerca de trescientas cincuenta personalidades de la talla de Salvador Dalí, Hermann Hesse, André Gide, James Joyce, Robert Musil y Pablo Picasso por solo nombrar algunos.
Hoy, la sola mención de la fecha nos da el clima social de la época. Hitler y Mussolini estaban en el poder, España a punto estallar, ya se podía percibir la sombra siniestra de los tiempos por venir. Tres años antes, el 10 de mayo de 1933, los libros de Freud fueron entregados a la hoguera por el régimen Nazi.
En ese contexto, que un grupo de intelectuales y notables hiciera pública una carta de reconocimiento al hombre cuyos libros eran censurados cobra otro valor y por si solo vale el recuerdo del texto, que da por otro lado, cabal idea de los alcances que en la cultura produjo la obra de Freud.
“Qué el octogésimo Aniversario de Freud sea una venturosa oportunidad para expresarle al iniciador de un nuevo y más profundo conocimiento de la humanidad, nuestras congratulaciones y nuestra veneración.
Este intrépido descubridor, importante en cada esfera de su trabajo, como médico y psicólogo, como filósofo y literato, ha sido durante dos generaciones, un guía a través de regiones de la mente humana hasta entonces inexploradas.
Espíritu completamente independiente, un “hombre y caballero de osado mirar” como Nietzsche dice de Schopenhauer, un pensador e investigador, que supo resistir solo, y sin embargo atraer a muchos.
Avanzó por su camino y llegó a verdades que parecieron peligrosas porque ponían al descubierto lo que el miedo había escondido e iluminó lugares oscuros.
Expresó nuevos y diversos problemas y cambió normas antiguas. Su búsqueda y sus hallazgos ampliaron enormemente el alcance de la exploración intelectual, e incluso hizo que sus opositores se conviertan en deudores suyos por el ímpetu del pensar creador que les transmitió.
Aunque los años futuros puedan superar o modificar este o aquel resultado de su investigación; las preguntas que Sigmund Freud hizo a la humanidad nunca podrán silenciarse, ni sus hallazgos ser negados u oscurecidos por mucho tiempo.
Los conceptos que él ha encontrado, las palabras que ha escogido para ellos, se han convertido ya en integrantes evidentes por sí mismas, de todo idioma vivo.
En todos los campos de las ciencias del hombre, en el estudio de la literatura y el arte, la historia de las religiones y la prehistoria, la mitología, el folklore y la pedagogía, e incluso en la poesía misma, podemos discernir la impronta profunda de su influencia; y si alguna vez la raza humana alcanzó un logro imperecedero, este es- estamos seguros- su descubrimiento de la ciencia de la mente.
Nosotros ya no podemos seguir enfrentando nuestra tarea intelectual sin los audaces conceptos que constituyeron esa obra de la vida de Freud.
Por eso nos alegramos de saber que este gran e infatigable estudioso está entre nosotros, y de verlo trabajar con vigor incansable.
Qué este hombre al que honramos viva entre nosotros durante muchos años más”
Pero no eran tiempos de optimismos y Freud finalmente debe emprender el exilio a Inglaterra.
Y si recordamos a Freud, no quiero dejar de mencionar que fue un gran escritor de cartas, si bien no todas están a nuestro alcance, hay quienes estiman que escribió más de 20.000 durante su vida, quiero detenerme en una de ellas, casi una de sus últimas cartas, dirigida H.G.Wells uno de los escritores que suscribe la carta pública de homenaje.
Hebert George Wells, fue escritor, novelista, historiador y filósofo británico, famoso por sus novelas de ciencia ficción y considerado, junto a Julio Verne, uno de los precursores del género. La máquina del tiempo y El Hombre invisible, son sus libros más conocidos. El impacto que el avance científico produce en la vida de los hombres se transforma en ficción literaria, donde la ciencia misma juega su rol. Por ese motivo, se decidió llamar en su honor “H.G.Wells” a un cráter ubicado en el lado oscuro de la luna.
En el lado visible de la luna, hay un pequeño cráter de impacto lunar, se encuentra en una meseta dentro del Oceanus Procellarum, unos pocos kilómetros al oeste de un valle largo y sinuoso, casi al borde del mar lunar, y ese cráter lleva el nombre de Freud.
El 16 de julio de 1939, apenas dos meses y unos días antes de morir, Freud escribe una carta a G.H.Wells.
Nuestro Freud era ya un hombre consciente de su final y la carta demuestra su posición ética hasta el último aliento. La escribió en inglés, desde la que sería su última casa:
“Estimado señor Wells:
Su carta empieza interesándose por mi salud. Mi respuesta es que no estoy demasiado bien, pero que me alegraré de tener oportunidad de verles a usted y a la baronesa de nuevo y me complace saber que piensa darme una gran satisfacción. Realmente, no podía usted saber que desde que vine por vez primera a Inglaterra, a los dieciocho años, se convirtió en un ensueño frecuente en mí la posibilidad de establecerme en este país y tomar la nacionalidad inglesa. Dos de mis medio-hermanos lo habían hecho así ya quince años antes.
Sin embargo, las fantasías infantiles precisan ser examinadas cuidadosamente antes de admitirlas en el dominio de la realidad. Mi condición es la siguiente: hay dos criterios acerca de mi caso. Uno de ellos, representado por mis médicos, mantiene la esperanza de que el tratamiento combinado de radio y rayos X, que sigo en la actualidad, curara el último arrechucho de mi tumor maligno y me dejará libre para enfrentarme con nuevas venturas en mi existencia. Quizás afirman esto sólo oficialmente. Hay otro grupo mucho menos optimista, al que yo mismo me adhiero, habida cuenta de mis dolores y molestias.
Supongamos ahora por un momento que el asunto de la Ley Parlamentaria no pudiera ser arreglado antes que transcurra un plazo de seis meses o más, y que usted lo sabe. En tal caso, espero que preferiría usted dejarlo. Por eso, no sólo tengo interés en verle, sino en que usted me vea a mí.
En lo que respecta a la hora más apropiada para su visita, me sugiere usted cualquier tarde a primera hora, excepto el 18. A mí el día que me viene mejor es el domingo, después de las cuatro. Si mi estado no me permitiera recibirle, se lo haría saber telefónicamente ese mismo día por la mañana.
Con mis gracias más expresivas y mis respetos a la baronesa, sinceramente suyo,
Sigmund Freud.”
La gran satisfacción a la que hace referencia Freud es al plan que tenía Wells de presentarle a un tal Locker Lampson, diputado, un proyecto para que el parlamento inglés reconozca la inmediata ciudadanía británica al refugiado Freud.
Hoy de un lado y del otro de la luna sus nombres siguen horadando espacios.
Homenaje a Freud, a ciento cincuenta y nueve años de su nacimiento, porque nuestra Escuela sigue la vía abierta por Freud, las preguntas que él inauguró, en un trabajo sostenido en relación con la transmisión de Freud y la enseñanza de Lacan.
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